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Las cataratas del Nilo Azul.

Bahir Dar es la principal ciudad a orillas del lago Tana y, por ello, la mejor base para explorar la zona. Para llegar allí desde Addis elegimos el avión, ya que el trayecto dura media hora y te ahorra las aproximadamente nueve o diez horas del mismo viaje en bus.

Comparada con Addis Abeba, Bahir Dar resulta una ciudad sorprendentemente limpia y ordenada, con sus amplias calles de trazado regular y sus avenidas flanqueadas de palmeras. No en vano, los locales se enorgullecen de la buena presencia de su ciudad, y dicen que sólo la sureña Hawassa, igualmente ubicada junto a un lago, puede competir con ella en belleza. Pasear por ella es una delicia, aunque de nuevo el farenji sea el centro de atención. Pese a su aspecto pulcro, la ciudad en sí no tiene gran atractivo para el turista, aunque es la opción más apropiada para conocer las cataratas del Nilo Azul y las islas del lago Tana.

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Las limpias y ordenadas calles de Bahir Dar.

En el límite oriental de la ciudad se encuentra la salida del Nilo Azul (Abbay, para los etíopes) del lago Tana. El puente cercano resulta un punto excepcional para divisar al amanecer los célebres hipopótamos del Tana, a los que ya el jesuita Pedro Páez describió en el siglo XVII como caballos de mar, los animales más peligrosos de la zona.

Bahir Dar tiene un problema añadido que es el de la malaria. Los mosquitos transmisores de esta peligrosa enfermedad no existen a una altitud superior a los 2.000 metros, y, por lo tanto, no se encuentran en la mayor parte de las Tierras Altas etíopes. Bahir Dar, a 1800 metros y a orillas de un gran lago, es la excepción. Aunque la malaria aquí es más rara que en las zonas del sur del país, sí que es posible que durante nuestra visita haya un brote, por lo que es necesario extremar las precauciones. Entre los objetos necesarios en todo viaje a Etiopía hay que tener un repelente de tipo DEET (cuesta alrededor de 11€ y debe facturarse en el aeropuerto porque no se admite en el equipaje de mano), ropa de manga larga y pastillas de Malarone, el medicamento profiláctico más eficaz y que menos efectos secundarios provoca. Los mosquitos que transmiten malaria sólo pican de noche, haciendo obligatorio pernoctar en hoteles con mosquitera.

Tiss Abay, las cataratas del Nilo Azul

Las cataratas de Tiss Abay son una de las atracciones más célebres del país. Durante siglos, fueron de las más espectaculares del continente africano, comparables incluso con las célebres cataratas Victoria gracias a sus 400 metros de anchura y entre 37 y 45 metros de altura. Hoy esto ha cambiado debido a la construcción, en 2003, de una presa de producción eléctrica muy cerca de las cataratas; esto hace que el caudal del agua disponible se reduzca mucho, especialmente en la estación seca o cuando la central produce electricidad. Por fortuna, la próxima inauguración de la Presa del Renacimiento Etíope, en 2017, supondrá el cierre de la presa de Titissat, lo que hará que las aguas del Nilo Azul vuelvan a precipitarse con toda la espectacularidad de antaño.

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Camino a las cataratas.

Actualmente, existen numerosas pequeñas empresas que organizan excursiones a las cataratas y a las islas del lago. Conviene tener cuidado y elegir una que tenga oficina cerca del muelle de Bahir Dar (ubicado entre la iglesia de San Jorge y el hotel Ghion), sin dejarse engañar por los numerosos “guías” no oficiales que recorren la ciudad buscando clientes a los que engañar con precios abusivos. Mención especial merecen algunos guías ofrecidos por hoteles, ya que sus tarifas pueden duplicar las de los guías oficiales de la zona del muelle.

Las cataratas del Nilo Azul se pueden visitar sin necesidad de excursión organizada. Basta con acercarse a la estación de autobuses de Bahir Dar y buscar uno de los numerosos autobuses o minibuses que cubren el trayecto entre la ciudad y el pueblo de Tissisat cada día. Obviamente, ésta es la opción más barata, aunque hay que tener en cuenta que en un tour organizado (sobre 9€) dispondremos de un vehículo más cómodo y moderno que nos hará más llevadera la hora larga que se tarda en llegar a Tissisat. Actualmente, la carretera se halla en pleno proceso de mejora y atraviesa varios pueblos que sirven de escaparate a la vida rural del estado regional de Amhara.

Aunque las cataratas hayan perdido parte de su espectacularidad, siguen siendo altamente recomendables, especialmente por el paisaje que uno disfruta de camino a ellas. Para visitarlas hay que calcular que emplearemos, al menos, medio día.

Lo primero que hay que hacer es pagar la entrada del parque nacional (100 birr), cuya taquilla se encuentra al final del pueblo de Tissisat. Cerca de allí sale un camino que es el que debemos tomar para comenzar a descender la garganta del Nilo Azul. Rodeados por una exuberante vegetación, pronto se alcanza el mal llamado Puente de los Portugueses, un bonito puente de arcos de medio punto construido en 1626 por orden el emperador Susenyos, quien empleó a un arquitecto hindú venido con los jesuitas –principalmente portugueses pero también españoles- que, en aquel momento, intentaban extender el catolicismo por tierras abisinias.

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El puente de los portugueses sobre el Abay o Nilo Azul.

Una vez cruzado el puente, dejamos el Nilo a nuestra izquierda para seguir ascendiendo camino a las cataratas. El paisaje se vuelve cada vez más verde y espectacular. Sin embargo, notaremos que cada cierto tiempo nos acosan niños y jóvenes locales que intentan vendernos cosas. A menos que se esté realmente interesado en comprar algo tras un arduo regateo, lo más sensato es pasar de largo, aunque no dudarán en seguirnos.

Finalmente, llegamos a nuestro destino. El camino, al serpentear por una colina enfrente de las cataratas, sirve de mirador. El espectáculo es soberbio: podemos observar los cuatro canales que forman las cataratas: los tres de la izquierda son los más pequeños, mientras el de la derecha es el que más caudal aporta. Es un espectáculo soberbio que hace que la caminata merezca la pena.

Conociendo el lago Tana y sus monasterios

El lago Tana es el mayor de Etiopía, con una forma circular que recuerda a la de un gran espejo. De origen volcánico, sus 3.000 km2 están jalonados de pequeñas islas de exuberante vegetación que esconden preciosos monasterios. Su longitud máxima es de 72 km, muy equilibrada con respecto a su anchura máxima, de 68 km. Con una profundidad máxima de 14 metros, tiene un volumen de más de 29.000 km3, siendo el río Abbay su único desagüe.

Existen varias maneras de explorar el lago. La primera, que es asimismo la más solicitada por los turistas, consiste en un recorrido en barco por diferentes islas. La segunda, más romántica, supone cruzar el lago en el ferry que, con dos frecuencias semanales, va de Bahir Dar a Gorgora, al norte. La tercera opción, excepcional si se tiene tiempo y medios, implica rodear el lago en coche de alquiler, permitiendo conocer zonas poco holladas por los turistas.

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Vista del puerto de Bahir Dar.

Obviamente, por falta de tiempo elegimos la primera opción. Las empresas que organizan los viajes ofrecen varios paquetes que pueden abarcar medio día o un día entero. Los de medio día (entre 4 y 6 horas) abarcan las islas más cercanas a la ciudad, mientras que los de día completo llegan a la isla de Dek, la más grande del lago, permitiendo visitar los espectaculares monasterios de Narga Selassie y Daga Istifanos.

Nosotros nos inclinamos por la opción de medio día. La empresa nos fue a recoger al hotel a las ocho de la mañana, llevándonos al muelle donde embarcamos con un grupo mixto de suizos y etíopes.

La primera isla que visitamos apareció ante nosotros cubierta completamente de árboles, algo común en todas las del lago. En ella se puede visitar el monasterio de Entonis Eyesus, que no tiene un gran valor histórico-artístico, aunque las pinturas que cubren el muro del maqdas de la iglesia son interesantes para entender la reinterpretación moderna del Segundo Estilo Gondarino.

Cerca de ella se ubica otra isla, la cual alberga al monasterio de Kibran y Gabriel. De los más antiguos del lago, fue fundado en el siglo XIV. La iglesia, circular, data del siglo XVII y cuenta con un pórtico de arcos semicirculares. En su interior hay una importante colección de frescos del Primer Estilo Gondarino. No muy lejos encontramos el “museo” del monasterio, donde hay una interesante colección de manuscritos y objetos litúrgicos. Desgraciadamente, el acceso al recinto está prohibido a las mujeres.

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La iglesia del monasterio de Azewa Maryam.

Las siguientes dos paradas en nuestro viaje lacustre se encuentran en la península de Zege. El primer monasterio a visitar es el de Azewa Maryam, también fundado en el siglo XIV. El camino desde el muelle hasta el recinto no tiene pérdida gracias a los numerosos puestos de venta de recuerdos que lo flanquean. Desde el punto de vista estético, es el más bonito que vamos a visitar porque al ser restaurado se recuperó su techumbre original de paja, en lugar de los feos tejados de uralita que suelen coronar las iglesias antiguas. El interior cuenta con una espléndida colección de pinturas murales datadas entre los siglos XIX y XX.

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Panel de los santos ecuestres de Ura Kidane Mihret. Segundo estilo gondarino.

La siguiente iglesia, artísticamente la más relevante, es la del monasterio de Ura Kidane Mihret, a 1,4 km de Azewa Maryam. Se puede alcanzar andando o en bote. Fundada también en el siglo XIV, el interior del templo está profusamente decorado, incluyendo las vigas del techo. El conjunto mural fue pintado por varios artistas entre los siglos XVIII y XX. Cabe destacar el panel de los santos a caballo y de la Transfiguración, considerado el más antiguo del templo y una de las joyas del Segundo Estilo Gondarino. No hay que olvidar el museo, ubicado muy cerca de la iglesia, donde se exponen los manuscritos de la biblioteca monacal.

Lugareños a orillas del Tana. Península de Zege.

La última isla que visitamos fue la que alberga el monasterio de Dabra Maryam. Sabemos de la existencia de un monasterio en este mismo lugar desde el siglo XIV, pero, por desgracia, fue destruido durante el Zemene Mesafint (siglo XIX), por lo que la actual iglesia no tiene prácticamente valor artístico alguno. Sin embargo, merecer la pena acercarse porque la isla es un lugar muy popular entre los lugareños al ser la más cercana a Bahir Dar, y en ella se puede comer pescado fresco.

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Un muchacho a bordo de su tankwa.

Los wayto, pueblo que tradicionalmente se dedica a la pesca en el lago, suelen ser vistos cerca de la isla en sus tankwa, la embarcación tradicional hecha de tallos de papiro. Precisamente aquí conocimos a Abraham, un adolescente que hablaba un inglés impecable, y a su hermana pequeña Azeda, una preciosidad de dos años que nos miraba semiescondida con mucha curiosidad. Abraham nos dijo que su hermana era la primera vez que veía a un farenji, y que por eso nos observaba con tanta atención. También nos contó que él cruza todos los días el lago en su tankwa para ir a la escuela. Una vez que llega a Bahir Dar, todavía le toca andar 45 minutos hasta su colegio. Aunque sea un tópico muy manido, ante este tipo de situaciones lo primero que uno piensa es en lo afortunados que somos los europeos.

Los ojos de la pequeña Azeda no nos perdían de vista…

En la isla de Dabra Maryam terminamos nuestra visita a Bahir Dar y su zona circundante. Hay muchas cosas más que nos hubiese gustado ver, pero en cualquier caso el tiempo apremia y hay que hacer las maletas para continuar nuestro viaje a Gondar, la antigua capital imperial.

Las fuentes del Nilo Azul

Pedro Páez

Pedro Páez.

Aunque algunos turoperadores sin escrúpulos vendan la salida del Abbay del lago Tana como las fuentes del Nilo Azul, en realidad se encuentran al sur del lago Tana, en la cabecera del Gilgel Abbay (Pequeño Abbay), el principal río de los 60 que nutren al gran lago. Nosotros no las visitamos en esta ocasión por falta de tiempo, pero quedan pendientes para el próximo viaje.

Pero dejemos que sea Pedro Páez, jesuita madrileño y primer europeo en visitarlas en 1618, quien nos describa el lugar:

Está la fuente al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro Magno y el famoso Julio César.

El agua es clara  y muy leve, según mi parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la riba. Páez, P., Historia de Etiopía. Libro I, pp. 319-320. Edición en español publicada en 2014 por Ediciones del Viento (A Coruña).