Cultura etíope y eritrea

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Ranavalona I, la ambiciosa reina de Merina (Podcast 17 de «La Biblioteca de Tombuctú» – THDT)

Entrada Podcast 17

Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Puede escuchar el podcast aquí:

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La reina Ranavalona I de Merina, el estado hegemónico del Madagascar precolonial, es, quizá, uno de los personajes más controvertidos de la historia africana. Por un lado, fue una firme defensora de la cultura e independencia malgache frente a las apetencias coloniales francesas y británicas, pero, por otro lado, su celo unificador y su odio hacia todo lo occidental la hizo incurrir en graves errores que minaron la incipiente modernización del país.

Radama I

Radama I. Fuente: Wikimedia

Aprovechando su privilegiada posición en las tierras altas centrales de Madagascar, desde el siglo XVI el reino de Merina estaba llevando a cabo una agresiva política expansiva. El objetivo no era otro que unificar bajo su mando toda la isla de Madagascar, donde el pueblo malgache estaba dividido en una miríada de pequeños estados y etnias. Este proceso unificador se aceleró bajo el reinado de Radama I (1793-1828), quien, gracias a sus tratados con los ingleses, inició una tímida modernización que implicó la apertura de las primeras escuelas de la isla y la adopción del alfabeto latino en lugar del arábigo. Sin embargo, de la mano de los ingleses entraron numerosos misioneros y mercaderes europeos que harán que la historia de la isla cambie para siempre.

La esposa de Radama fue una princesa llamada Ramavo, la cual pertenecía a una de las principales familias de la isla. Sin embargo, fue un matrimonio sin amor: el rey prefería la compañía de otras mujeres y, además, Ramavo no le dio hijos. Si a todo esto le sumamos que su marido había mandado asesinar a varios miembros de su familia, podemos hacernos una ligera idea del odio que la princesa albergaba contra su esposo. Pese a todo, aquella despreciada mujer tenía una desmedida ambición que pronto haría que pasase a la primera línea de la política real.

Radama I - Tumba

Tumba de Radama I (a la derecha) en 1885. Fuente: Wikimedia.

Según parece, el rey Radama I tenía una pasión desmedida por la bebida que le llevó joven a la tumba. Así, cuando aún no tenía los 34 años, falleció a causa de una grave intoxicación etílica, aunque pronto muchos señalaron a Ramavo como su asesina. La sucesión de Radama fue sangrienta: la reina no dudó en asesinar a su propio sobrino –y heredero legítimo al trono- Rakotobe, para ascender al trono en 1828 con el nombre de Ranavalona (la retirada). Fue la primera monarca femenina desde la fundación del reino de Merina en 1540.

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En verde claro, expansión del reino de Merina bajo el reinado de Ranavalona I. Fuente: Wikimedia.

Decidida a continuar la labor unificadora de su marido, organizó un ejército que contaba con entre 20.000 y 30.000 soldados. Las guerras libradas contra los pueblos no merina provocaron alrededor de 60.000 muertos en los combates, y una cifra muy superior e incalculable de bajas civiles por las hambrunas derivadas del conflicto. Además, enfermedades como la malaria diezmaron al nuevo ejército, matando al 30% de sus efectivos. Otro efecto secundario fue la captura de un millón de esclavos procedentes de las regiones costeras, que hizo que dos tercios de la población de Antananarivo fuese esclava (andevo).

Ranavalona estaba convencida de que las potencias colonialistas –Francia y Reino Unido- querían acabar con el reino de Merina, por lo que mantuvo una política decididamente hostil hacia todo lo venido de Europa. Desde el rova o palacio de Antanarivo continuó con la tímida modernización del país, introduciendo avances tecnológicos europeos y una moderna burocracia al tiempo que se erigía como la defensora de las tradiciones seculares de la isla.

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Manjakamiadana de Ranavalona en Antanarivo. Fuente: Wikimedia.

La impopularidad de la reina entre los europeos se debió, sobre todo, a la violenta persecución que dirigió contra los cristianos. Aunque la gran mayoría de los malgaches seguían practicando la religión tradicional, las conversiones a la nueva fe eran cada vez más numerosas. Ranavalona, que odiaba al cristianismo por ser una importación  cultural europea, decidió el 1 de marzo de 1835 prohibir bajo pena de muerte su práctica, sometiendo  a los cristianos a la prueba del veneno (tangena), quemándolos vivos o despeñándolos, además de quedarse con todos sus bienes.

El siguiente paso antieuropeo se dio en 1857, cuando Ranavalona expulsó a todos los comerciantes europeos de la isla. La medida no excluyó al francés Laborde, propietario de un verdadero entramado industrial muy avanzado para la época, el cual le había convertido en el hombre más rico del país.

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La reina Ranavalona I, retrato de P.A. Ramanankirahina. Fuente: Wikimedia.

El bloqueo franco-británico impidió que la reina pudiese adquirir armamento moderno, tan necesario para su expansión. Además, su política militar provocará graves revueltas: en adelante, las tropas dejarán de ser alimentadas por el estado, y, por si esto fuera poco, cada provincia debía aportar 2.500 soldados fuese cual fuese su población, lo que provocó la queja de los territorios más despoblados.

A su muerte, en 1861, fue sucedida por su hijo Radama II, a quien la reina obligó a reconocer como el unigénito póstumo de su marido Radama I, a pesar de que el niño había nacido más de nueve meses después de la muerte de su supuesto padre. Su reinado, aunque breve, marcará la vuelta de los europeos al país y el fin de la persecución del cristianismo.

Homenaje al Padre Ángel R. Garrido Herrero (Podcast 16 de «La Biblioteca de Tombuctú» – THDT)

Cabecera Podcast 16

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Hoy los anaqueles de nuestra biblioteca se tiñen de luto para homenajear a uno de esos sabios españoles que son desconocidos para el gran público, pero cuya labor docente ha sido clave para el desarrollo de los estudios orientales en España. Hablamos del Padre Ángel Rufino Garrido Herrero, quien falleció el pasado 14 de marzo en Madrid.

Nacido en Condemios de Arriba (Guadalajara) el 1 de octubre de 1927, pronto siente la llamada del sacerdocio. Ya en el seminario dio muestras de una inteligencia fuera de lo común que no pasaría desapercibida a sus mentores. No en vano, ya en 1953, y tras dos años ejerciendo de párroco rural, el arzobispo de Madrid, Leopoldo Eijo, le incluye en un grupo de sacerdotes dedicados al estudio de lenguas orientales.

Su maestro fue el jesuita Joaquín María Peñuela, del CSIC, dedicando diez años al estudio del siriaco, el hebreo, el árabe y el etiópico clásico (ge’ez). Se licenció en 1964 en Filología Clásica, aunque no dejaría de estudiar lenguas nuevas; así, aprendió copto, acadio, sumerio y arameo. Ni siquiera siendo un anciano perdió el ánimo de aprender algo nuevo, e incluso, ya octogenario, continuó impartiendo clases a quienes nos acercábamos a él en busca de su saber.

Quienes le conocieron, además de su modestia y generosidad, destacan del Padre Ángel su labor pionera como formador de varias generaciones de expertos en lenguas orientales. A partir de 1963 impartió clases en el seminario de Madrid y, posteriormente, en el Centro de Estudios Teológicos San Dámaso, germen de la actual Universidad Eclesiástica matritense de San Dámaso. A partir de 1989 fue profesor en el Instituto Diocesano de Filología Clásica y Oriental San Justino. También ejerció la docencia en la Universidad Complutense, en la que fue profesor de acadio durante diez años. Todos sus alumnos reconocen en él a un auténtico Maestro con mayúsculas, sabio, paciente y cariñoso.

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El P. Ángel Garrido residió la mayor parte de su vida en la madrileña Carrera de San Francisco.

Gracias a los conocimientos que D. Ángel transmitió a sus pupilos, algunos de ellos después convertidos en profesores universitarios, brotaron, como las ramas de un árbol, los primeros planes de estudios universitarios que incluían las lenguas del Oriente Próximo; no en vano, de aquel árbol él era su raíz. Los estudios de lenguas semíticas de este país le deben mucho.

No quisiera olvidar la otra faceta a la que consagró su vida, el sacerdocio. Nunca olvidó sus tareas pastorales y, como fruto de sus reflexiones personales sobre la figura de Cristo, publicó sus dos únicos libros: El hombre y el misterio, conversaciones en voz baja (1978) y Luz en la sombra (2014).

El padre Ángel nunca pisó Etiopía y, sin embargo, conocía su lengua clásica, el ge’ez, a la perfección. Le conocí gracias a uno de sus discípulos, Jesús García Recio, hoy día uno de los principales asiriólogos de este país. Guardo muy gratos recuerdos del camino entre la estación de metro de Tirso de Molina y su casa, en la Carrera de San Francisco, atravesando el barrio de La Latina, porque aquellas calles me anunciaban que ya estaba llegando a mi hora de clase de etiópico con el Padre Ángel.

El sacrificio que me suponían las cuatro horas y media de autobús desde León sólo para verle resultaba poca cosa ante el privilegio de escucharle. En nuestros encuentros siempre me trató con gran cariño y paciencia, a pesar del gran esfuerzo que le suponían aquellas lecciones al ser ya octogenario y escuchar y ver muy mal. A día de hoy me sigue conmoviendo su generosidad hacia mí, que sólo comprendí cuando leí alguno de sus libros. Me sorprendía su prodigiosa memoria: sin abrir un diccionario recordaba todas las palabras de los ejercicios, e incluso era capaz de saber de qué obra literaria se había extraído una frase empleada en un manual. Aún puedo ver su despacho, pintando de verde, lleno de recuerdos y con su estantería llena de libros con los que era posible viajar al Oriente sin salir de Madrid.

***

En el podcast entrevistamos a Alfonso Vives, profesor de la Universidad de Valladolid, del Instituto Bíblico y Oriental y el Estudio Teológico Agustiniano. Fue alumno de copto del P. Ángel durante varios años.

Marina Escolano-Poveda, egiptóloga que se encuentra realizando su doctorado en la Universidad Johns Hopkins, también fue alumna del P. Ángel, aprendiendo con él copto. En su página The Egyptological Bibliophile escribió estas palabras de homenaje:

«Ha fallecido el Padre Ángel Garrido Herrero, profesor en la Universidad Eclesiástica San Dámaso. Fue mi profesor de copto en el curso 2008-2009, cuando la institución se llamaba Instituto de Filología Clásica y Oriental San Justino, en Madrid. Don Ángel era un verdadero sabio de esos que ya apenas se encuentran, conocía a la perfección lenguas como el griego, el latín, el árabe, el hebreo, el etiópico, el acadio, o el copto, y fue el profesor de varias generaciones de filólogos de la Antigüedad. Pero lo más importante, y lo que lo hacía tan querido, era su grandísima bondad. Era una persona sin dobleces, un profesor atento, generoso, que hacía que aprender una lengua antigua se convirtiese, en mi caso, en el momento más esperado del día. No me importaba tener que hacer varias conexiones de metro y de cercanías para llegar por la tarde, después de muchas horas de clase en la universidad, a San Justino, con mi gramática copta de Lambdin bajo el brazo y mucha ilusión. Don Ángel siempre llegaba a clase con una sonrisa, me preguntaba por mi familia, sobre mis planes de estudiar en Estados Unidos, y entonces nos enfrascábamos en la lectura de textos antiguos coptos, en las peripecias de unos monjes de hace siglos por el desierto, en la comparación del Nuevo Testamento griego y copto… Todavía, cuando leo textos coptos, puedo escuchar su voz pronunciando las antiguas palabras. Hoy es un día triste, pero don Ángel siempre vivirá en las enseñanzas y los recuerdos que sus alumnos tenemos de él. mAa-xrw»

Los discípulos del P. Ángel fueron muchos durante varias generaciones. Ante la imposibilidad de ponernos en contacto con todos ellos, deseamos que perdonen la omisión y, si lo desean, que sepan que pueden enviarnos sus palabras de homenaje a través de la pestaña Contacto de este blog.

No queremos olvidarnos de su familia. Deseamos transmitirles nuestros ánimos y, humildemente, esperamos que este sencillo homenaje sirva para reconfortarles tras la pérdida.

Que descanse en paz.

Preestreno en Madrid de «Efraín», la primera película del etíope Yared Zeleke

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Yared Zeleke, en el centro, en un momento del encuentro en FNAC. Foto: Mario Lozano.

Efraín, la ópera prima del director etíope Yared Zeleke, fue preestrenada ayer en el Palacio de la Prensa de Madrid. El evento fue un éxito rotundo no sólo por la calidad de la película, la primera etíope en participar en el festival de Cannes, sino también por el lleno de público que se registró en la sala. Al finalizar la proyección se ofreció la típica ceremonia del café etíope.

El día antes, Betta Pictures, distribuidora de la cinta en España, organizó en el FNAC de Castellana el encuentro Efraín y la cultura etíope, en el que participaron el director, Yared Zeleke; el catedrático de Prehistoria de la UCM Víctor Manuel Fernández; Miguel Llansó, director del filme Crumbs; y la pintora Irene López de Castro.

Efraín en FNAC

Vista del debate sobre Efraín y la cultura etíope. Foto: Mario Lozano.

La presentación se convirtió así en una animada charla sobre cómo la película plasma con fidelidad la vida rural etíope: el sempiterno miedo al hambre de unas comunidades agrícolas que viven mirando al cielo esperando la lluvia, la emigración a la gran ciudad para buscar un medio digno de vida, o la importancia del cristianismo, tan orgullosamente defendido por los pobladores de las Tierras Altas. Pero Zeleke también refleja el machismo imperante en la sociedad etíope: cada vez que Efraín intenta cocinar algo, es increpado por su tío Solomon, que cree que es «un trabajo de mujeres». Por último, se destacó la presencia de las otras religiones tradicionales etíopes: el islam, representado por la pastorcilla que ayuda a Efraín -y que  aparece en una preciosa escena rezando bajo un árbol- y el judaísmo de los Beta Israel, ya que en dos ocasiones se habla del origen falasha de la madre de Efraín.

Sinopsis de Efraín

El filme narra la historia de Efraín, un niño de 9 años que vive en una zona rural de Etiopía fuertemente castigada por la sequía. Tras la muerte de su madre, su padre decide mandarle a vivir con unos parientes mientras él busca trabajo en Addis Abeba.

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El niño no estará solo, ya que se lleva consigo a su oveja -y mejor amiga- Chuni. El poblado en que viven sus tíos se ubica en una zona montuosa y muy fértil, la cual destaca por sus hermosos paisajes -uno de los puntos fuertes de la película- de intenso color verde. Su familia adoptiva se compone de sus tíos, un matrimonio convencional en el que él destaca por su mal carácter mientras ella vive eternamente preocupada por la salud de una de sus hijas. Completan el cuadro la madre de su tía, quien siempre tiene a mano un látigo para disciplinar, y la otra hija del matrimonio, que aunque está en edad casadera parece más interesada en leer periódicos que en buscar marido.

Tras enterarse de que su antipático tío quiere sacrificar a su oveja por la cercanía de una fiesta religiosa (Meskel), Efraín comienza a tramar su huida de su hogar de adopción. Planea comprar un billete de autobús sin saber muy bien a dónde: ¿volverá a su pueblo natal, o irá a la capital a buscar a su padre? La única certeza es que necesita dinero, para lo que comienza a cocinar sambusa, un delicioso plato de la cocina tradicional etíope, que venderá para poder llevar a cabo su plan.

Yared Zeleke en Madrid

Yared Zeleke. Foto: Mario Lozano.

El director

Yared Zeleke nació en 1978 en Etiopía. Tras completar sus estudios en Desarrollo Internacional en la Universidad de Clark, estudió cine en Nueva York. Antes de comenzar su carrera como director de cine, trabajó en diversas ONGs de cooperacion al desarrollo. Efraín es su primer largometraje, si bien anteriormente había elaborado varios cortos y documentales.

La película Efraín tiene mucho de autobiográfica, tal y como señaló en una reciente entrevista concedida al diario The Guardian, ya que Zeleke se crió en los barrios de chabolas de Addis Abeba durante los años más duros de la brutal dictadura del Derg (1974-1991). Tal y como señala en el dossier oficial de la película del festival de Cannes, él mismo fue abandonado por su madre, quien le dejó en su chabola malditapara buscar una vida mejor. Sin embargo, el propio director recuerda su infancia como una época feliz donde todo el vecindario se ocupaba colectivamente de la educación de los muchachos.

Datos de la película

  • Dirección y guión: Yared Zeleke.
  • Año: 2015
  • Países: Etiopía, Francia, Alemania y Noruega.
  • Productores: Laurent Lavole, Ama Ampadu y Johannes Rexin.
  • Protagonistas: Rediat Amare (Ephraim), Kidist Siyum (Tsion), Welela Assefa (Emama), Surafel Teka (Solomon), Rahel Teshome (Azeb) e Indris Mohamed (Abraham).
  • Música: Christophe Chassol
  • Duración: 94 minutos.
  • Estreno en cines: 8 de abril. Distribuye en España Betta Pictures.

Celebrada en Madrid la conferencia sobre los 120 años de la batalla de Adua

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Mario Lozano Alonso en un momento de la presentación.

El pasado 17 de marzo, Mario Lozano Alonso impartió en la sede de la Fundación Sur la conferencia La Batalla de Adua, 120 años de la victoria que libró a Etiopía del colonialismo. La presentación corrió a cargo de Manuel Teigell, de la Fundación Sur.

En ella se analizaron los antecedentes que llevaron a la ruptura de hostilidades entre Italia y Abisinia (hoy Etiopía), relacionados con la necesidad de apoyo mutuo entre Italia, que estaba inmersa en la conquista de Eritrea, y Menelik II, quien necesitaba las armas italianas para imponerse sobre el hijo del emperador Yohannes IV. Fruto de esta colaboración, en 1889 se firma el Tratado de Uccialli, en el que Menelik reconoce las conquistas transalpinas en Eritrea a cambio de su reconocimiento como emperador. Pero el artículo 17, en el que Italia pretendía convertir al viejo imperio africano en un protectorado, pronto provoca tensiones entre ambos países que desembocan en la I Guerra Italo-Abisinia, la cual terminaría el 1 de marzo de 1896 en la batalla de Adua. La victoria abisinia mantendrá al país fuera del mapa de conquistas coloniales.

Conferencia

Una vista de la sala durante el evento.

Entre el público se encontraban Alemu Bekele, representante en España de Ethiopian Airlines; Víctor Manuel Fernández, profesor de la Complutense; Ana Camacho, periodista; Manuel Riesgo, de la Universidad de La Manouba; y Clara Caballero, secretaria de la Asociación Española de Africanistas, entre otros. Desde aquí queremos agradecer a todos los asistentes su presencia en el acto.

Shaka, rey de los zulúes (Podcast 15 de «La Biblioteca de Tombuctú» – THDT)

Entrada Podcast Shaka

Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Puede escuchar el podcast aquí:

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La actual república de Sudáfrica es un mosaico cultural donde conviven numerosas etnias diferentes. De todas ellas, la más conocida sin duda es la zulú, que en realidad es un subgrupo de los nguni, la macroetnia que engloba a zulúes, xhosas, swazis y ndebeles. Conocidos por su fiereza, el pueblo zulú, hoy la mayor etnia del país, fue un actor significativo en la lucha por el control del territorio sudafricano en el siglo XIX. Pero, ¿cómo surgió este pueblo?

La génesis de los zulúes hay que buscarla en la figura de su primer gran rey, Shaka. Hijo ilegítimo del jefe nguni Senzangakhona, nació cerca de Melmoth, en la actual provincia de KwaZulu Natal.

Perseguido por su condición de bastardo, Shaka vivió como pastor y cazador en las tierras del clan de su madre hasta que entró al servicio militar de Dingiswayo, jefe de Mthethwa, el estado dominante en el sureste sudafricano en aquel momento. Como todos los hombres válidos para el combate, fue insertado en un ibutho lempi, uno de los equipos de combate donde todos los soldados pertenecían a un mismo grupo de edad. Shaka pronto se distinguió por su bravura, llamando la atención del propio Dingiswayo, quien le puso al frente de un ibutho o regimiento.

Zulúes - Río Tugela

Río Tugela con las montañas Drakensberg al fondo. Fuente: Wikimedia.

A la muerte de su padre Senzangakhona, Shaka no dudó en matar a su hermano Sigujana, el legítimo heredero, con el apoyo de Dingiswayo. Pero, tras el asesinato de su protector a manos de Zwide, rey de los Nwandwe, Shaka se retiró junto a su pueblo al valle del Tugela, donde instaló su capital, Bulawayo. Aquí decide el cambio de nombre de su rama de los nguni: a partir de entonces, Shaka bautiza a su pueblo como los amaZulu, los hijos del cielo, de donde proviene el término zulú.

Shaka aún no era lo suficientemente poderoso como para poder imponer su dominio sobre la región. Hábil estratega, pronto hace crecer a su ejército mediante alianzas con otras tribus y, sobre todo, con la incorporación en su fuerza militar de los soldados de las tribus vencidas.

En 1817, Shaka había formado un ejército lo suficientemente poderoso como para poder desafiar a Zwide, el asesino de su mentor. A partir de la vieja formación del ibutho,  crea un nuevo ejército compuesto por los disciplinados impis, regimientos de 1000 soldados, dirigidos cada uno por un induna y dotados de grandes escudos y azagayas cortas para el combate cuerpo a cuerpo. Esto suponía toda una novedad, ya que hasta entonces la lanza era concebida como un arma arrojadiza.

En la batalla de la colina de Gqokli contra Zwide (1818), Shaka estrena su táctica  Impondo Zankomo –los cuernos de búfalo-, en la que sus tropas, dispuestas en forma de cuernos de vaca, eran capaces de rodear por los flancos a sus enemigos, al que se le cortaba cualquier posible escapatoria. Forzándolo a luchar, los soldados de los cuernos de la formación empujaban al enemigo hacia el centro, donde se ubicaban los soldados más veteranos, quienes terminaban la masacre.

En 1820, Shaka vuelve a derrotar a Zwide en la batalla del río Mhlatuze: a partir de entonces, los Nwandwe escapan de los zulúes, comenzando el período llamado Mfecane o Gran Machacamiento. Las guerras zulúes causaron la muerte de entre uno y dos millones de personas, principalmente por los desplazamientos forzosos de población y las hambrunas provocadas por la guerra.

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Situación política de Sudáfrica en tiempos de Shaka. En marrón oscuro, al este, los territorios controlados por los zulúes.

Shaka logró dominar un territorio de unos 30000 km2 habitado por cerca de 250.000 personas, una cifra muy modesta si lo comparamos con los imperios africanos clásicos, pero muy significativa en una región étnicamente muy fragmentada. Además, había creado una maquinaria de guerra perfecta, militarizando a la sociedad zulú: sólo se permitía el matrimonio de los guerreros más valerosos, y el servicio militar podía durar décadas.

En septiembre de 1828, Shaka fue asesinado por dos de sus medio-hermanos y un induna, quienes le tendieron una emboscada. Los conspiradores arrojaron el cuerpo del genial rey zulú a un silo de pozo, donde lo cubrieron con barro y piedras, sin que se sepa dónde está su sepultura. Le sucedió Dingane (1828-1840), uno de sus medio-hermanos homicidas, quien, carente de la capacidad estratégica de Shaka, habrá de claudicar frente a los granjeros bóeres.

El legado de Shaka sigue siendo muy importante en Sudáfrica. Nadie pone en duda su capacidad como jefe militar, quizá el más brillante de la historia africana. Durante los espantosos años del Apartheid, mientras la minoría blanca intentaba convencer a la mayoría negra de su inferioridad racial, los zulúes y sus pueblos hermanos recordaban con orgullo las gestas de Shaka.

Conferencia «La Batalla de Adua. 120 años de la victoria que libró a Etiopía del colonialismo» – Madrid, Fundación Sur, 17-03-2016

Conferencia Batalla de Adua

El 17 de marzo de 2016 (jueves), a las 19:15, Mario Lozano Alonso, historiador especializado en historia etíope, impartirá en la Fundación Sur la siguiente conferencia:

La Batalla de Adua. 120 años de la victoria que libró a Etiopía del colonialismo.

En esta conferencia, además de repasar el desarrollo de una batalla de la que se cumplen este año 120 años, se conocerán los antecedentes que condujeron a la guerra entre Etiopía (en aquel momento conocida en Europa como Abisinia) e Italia y, también, las consecuencias que tuvo la victoria etíope: la firma del Tratado de Addis Abeba, la caída del gobierno Crispi y el sentimiento de humillación que la derrota produjo en Italia, que desembocaría en la invasión fascista de Etiopía de 1935.

Sobre el ponente: Mario Lozano Alonso (León, 1982) está realizando su doctorado sobre la yihad de Ahmad Graññ contra el Imperio Etíope (1529-1543). Es docente de cultura etíope y ge’ez (Etiópico Clásico) en el Instituto Bíblico y Oriental de León y Madrid, y de Historia de África Subsahariana en el CEPOAT de la Universidad de Murcia.

Organiza: Fundación Sur.

Lugar: Fundación Sur. C/ Gaztambide, 31 (Madrid). Metro más cercano: Argüelles (L3, L4 y L6).

Día y hora: 17 de marzo, 19:15 h.

Entrada libre hasta completar aforo.

Tombuctú, Al-Ándalus y el Fondo Kati (Podcast 13 de «La Biblioteca de Tombuctú» – THDT)

Podcast 13

Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Puede escuchar el podcast aquí:

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Nuestros Nobles Parientes - PortadaEn esta sesión viajamos a Tombuctú, ciudad que da nombre a nuestra sección, para conocer el espectacular Fondo Kati de la mano de Luis Temboury, escritor e investigador malagueño. Este autor ha publicado el libro Nuestros Nobles Parientes (Ediciones del Genal, 2015)en el que, al trazar la historia africana, pone de relieve las estrechas y casi desconocidas relaciones entre África y España.

Además de adentrarnos en el mundo escasamente conocido  de las bibliotecas de Tombuctú -especialmente el Fondo Kati, que tiene raíces españolas-, durante la entrevista conocimos historias como la de Yuder Pachá, morisco almeriense que a finales del siglo XVI conquistó el imperio Songhai para Marruecos. El propio Yuder quedó en Tombuctú con el cargo de gobernador, aunque gracias a la lejanía de la entonces capital marroquí, Marrakech, la ciudad se gobernó de manera autónoma durante casi dos siglos. Ésta y otras historias aparecen recogidas en su extensa obra, dividida en dos volúmenes,  la cual sirvió de hilo conductor para la entrevista.

La Batalla de Adua, cuando Etiopía se zafó de la amenaza colonial italiana

El 1 de marzo de 1896 el ejército del imperio etíope derrotaba al italiano en una batalla épica entre las colinas de Adwa o Adua, al norte de Tigray. La victoria etíope supuso el mantenimiento de la independencia del país, y aún hoy se celebra con orgullo la bravura de las tropas de Menelik II. La importancia de esta batalla no reside en la aplastante victoria de un ejército africano sobre uno europeo –anteriormente los zulúes habían derrotado en 1879 a los ingleses en Insandlwana-, sino en el rédito diplomático obtenido: gracias a ella, Italia y el resto de potencias colonialistas reconocieron la independencia de Etiopía, tratándola en pie de igualdad.

Los antecedentes

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Menelik II. Fuente: Wikimedia.

Etiopía, en aquella época conocida en Europa como Abisinia, hacía poco que se había unificado bajo el mando del negus negesti (rey de reyes) Menelik II. La ascensión al poder de Menelik no fue fácil, ya que primero tuvo que derrotar a sus rivales por el trono de su tierra natal, Shoa, que consiguió en 1866. En 1868, los ingleses invadieron el país y tomaron Magdala, la capital del emperador Tewodros II, quien se suicidó. Kasai, señor del Tigray y gran rival de Menelik, había dejado paso franco a los ingleses a cambio de armas, las cuales empleó para hacerse con el poder, coronándose como Yohannes IV en 1868. Menelik, que conscientemente se había negado a colaborar con los ingleses, aceptó la nueva situación limitándose a gobernar su feudo de Showa, aunque siempre pendiente de cualquier movimiento en la corte.

Imperio etíope antes de Adua

Extensión del imperio etíope antes de la batalla de Adua. Fuente: Wikimedia.

Francesco Crispi

Francesco Crispi. Fuente: Wikimedia.

Por su parte, Italia quería un imperio o, mejor dicho, Francesco Crispi, presidente del consejo del Reino, quería uno. A finales del siglo XIX, los italianos no se mostraban especialmente interesados por la fiebre imperial que barría los gabinetes de Francia, Reino Unido o Alemania, pero Crispi defendía la necesidad de que Italia conquistase nuevos territorios donde ubicar sus excedentes demográficos. La conquista francesa de Túnez en 1881, territorio que Italia consideraba naturalmente suyo, dolía y mucho en la mentalidad del gobernante italiano, que comenzó a fijarse en las costas del Mar Rojo.

El tratado de Wuchale -Uccialli

En 1869, la compañía italiana Rubattino compró la bahía de Assab, hoy en Eritrea, con el fin de servir de puerto de suministros a los barcos que viajaban por el nuevo Canal de Suez. Pero 1889 fue el año clave: el 10 de marzo moría en la batalla de Metemma Yohannes IV cuando combatía a los mahdistas sudaneses.

Tanto Menelik como Crispi supieron que era el momento de actuar con rapidez e inteligencia. Los italianos ofrecieron armas y dinero a Menelik, quien quería imponer su poder sobre el legítimo heredero de Yohannes, pero a cambio pedían toda la franja costera etíope, lo que en el futuro sería la colonia de Eritrea.

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Mapa de la colonia Eritrea en 1922. Fuente: Wikimedia.

Para Menelik, perder los territorios septentrionales a cambio de la corona imperial le pareció un mal menor aceptable; además, ya se ocuparía de los molestos italianos más adelante. Ambas partes se reunieron el 2 de mayo de 1889 en la aldea de Wuchale (Uccialli, en italiano), donde firmaron un tratado en el que se confirmaba lo anteriormente pactado. El problema vino con la traducción del artículo 17, que en italiano indicaba que el negus debía recurrir a Italia para mantener cualquier tipo de contacto diplomático, lo que suponía convertir a Etiopía en un protectorado, pero en la traducción en amhárico esa obligación se convertía en algo opcional.

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Los italianos no habían logrado su objetivo pacíficamente, así que comenzaron a prepararse para la guerra, que Menelik les declaró el 17 de septiembre de 1895. Los transalpinos, dirigidos por el general Baratieri, lograron avanzar por el norte hasta que fueron parados en seco en la batalla de Amba Alagi, el 7 de diciembre de 1895. Esto llevó a los italianos a replegarse a su fuerte de Mekelle, donde pronto fueron asediados por los etíopes. Menelik permitió a los soldados enemigos que se rindieron su reincorporación al resto del ejército italiano sin sufrir daño alguno, mientras él dirigía a su gran ejército a las cercanías de Adwa-Adua.

Baratieri no consideraba prudente lanzarse sobre las posiciones etíopes. Además, sus informes sobre las tropas etíopes indicaban que sólo contaban con 60.000 hombres, cuando en realidad la cifra era del doble. El 29 de febrero, tras recibir presiones del propio Crispi, decidió avanzar hacia Adwa.

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El abrupto paisaje donde se desarrolló la batalla de Adua. Fuente: Wikimedia.

Durante la noche, los casi 18000 soldados italianos y sus 56 piezas de artillería partieron en cuatro columnas: Dabormida dirige la que se interna por la derecha, Arimondi la central, Albertone la que penetra por la izquierda y Ellena la de reserva. Una parte importante la componían los áscaris, soldados nativos reclutados en Eritrea. El terreno montañoso, sin carreteras y surcado de valles profundos les obligaba a avanzar a duras penas por angostas sendas. Además, los espías del ras Alula, uno de los generales etíopes, advirtieron a Menelik de la llegada de los italianos, preparando a su gran ejército en las colinas de Adwa.

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Principales movimientos de la batalla de Adua. Fuente: Wikimedia.

El ejército abisinio se componía de unos 120000 soldados, capitaneados por el emperador Menelik II, la emperatriz Taytu Betul, el ras Wale Betul, el negus Tekle Haymanot de Gojjam, el ras Mikael de Wollo, y el ras Alula Engida, entre otros. Aproximadamente tres cuartas partes de los soldados contaban con rifles además de tener 42 piezas de artillería.

La columna dirigida por Albertone fue la primera en entrar en contacto con los abisinios, a las 6:00 del 1 de marzo. Tras cuatro horas resistiendo el envite etíope, Albertone fue capturado, escapando los supervivientes a la brigada Arimondi. La brigada Dabormida intentó auxiliar a la de Albertone, pero no llegó a tiempo. Tras intentar retirarse hacia una posición más segura, la Dabormida se internó en un estrecho valle que resultó ser una trampa mortal: la caballería oromo del ras Mikael los masacró al grito de ebalgume, ebalgume! (¡segad, segad!), sin dejar supervivientes.

Muerte de Dabormida

Recreación de un diario inglés de la muerte del general Dabormida. Fuente: Wikimedia.

Sólo quedaban dos brigadas italianas, la de Ellena y la de Arimondi, las cuales se hicieron fuertes en las estribaciones del Monte Belah. Sin embargo, la batalla estaba perdida: los italianos estaban completamente a merced de la superioridad numérica de los etíopes. Al atardecer, los restos del ejército transalpino se batían en retirada hacia Eritrea.

La batalla dejó un saldo sangriento en ambos bandos: los italianos perdieron alrededor de 7000 hombres y 3000 fueron capturados; en el bando etíope, las bajas ascendían a unos 6000 muertos y 8000 heridos. La peor parte la sufrieron los áscaris: sabedores de que los etíopes los consideraban traidores, luchaban hasta la muerte ante el miedo de ser mutilados si eran capturados vivos. Sus miedos no resultaron ser infundados: se estima que a los 800 áscaris capturados se les cortó el pie izquierdo y la mano derecha como símbolo de su traición.

El Tratado de Addis Abeba

La victoria etíope aún se cobró una víctima más en Roma: la derrota supuso la dimisión de Crispi, poniendo fin al sueño colonial italiano en Abisinia. El nuevo gobierno se avino a firmar con Menelik un nuevo tratado, que cancelaba al de Uccialli, en Addis Abeba el 23 de octubre de 1896, en el cual Italia reconocía la independencia de Etiopía.

De esta manera, Etiopía se convertía en la única nación africana en mantener su independencia frente al frenesí colonial europeo. Menelik II expandió hacia el sur y el este las fronteras de su imperio, configurando en pocos años el actual mapa etíope. Además, modernizó el país fomentando la creación de instituciones modernas e infraestructuras como el ferrocarril Addis Abeba – Djibouti.

Imperio etíope tras Adua. Fuente: Wikimedia.

Expansión del imperio etíope tras la batalla de Adua (1897-1904). Fuente: Wikimedia.

En Italia, la derrota adquirió tintes de humillación nacional, de un modo muy similar a lo que sucedería en España tras la derrota de Annual de 1921. El fascismo italiano no olvidará esta afrenta, que vengará en 1935 cuando, ante la pasividad de la Sociedad de Naciones, invada Etiopía, esta vez con éxito.

El Estado Libre del Congo y el tren de la muerte (Podcast 12 de «La Biblioteca de Tombuctú» – THDT)

12 - El Estado Libre del Congo y el tren de la muerte

Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Texto original: Ewa Skurczynska. Puede escuchar el podcast aquí:

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Todo el continente africano tiene hondas cicatrices en su historia, recuerdo de la colonización europea. No hubo región africana colonizada que no experimentase la explotación sistemática de sus habitantes, reducidos poco menos que a la servidumbre, la rapiña de sus recursos o la crueldad racista de los amos europeos, cuyos delirios y ambiciones insensatas supusieron la muerte de miles de africanos. Pese a que todo esto se repitió, si bien de un modo más o menos benéfico, por toda la geografía del continente negro, hubo un lugar en el que los horrores del colonialismo fueron especialmente terribles: el Estado Libre del Congo, creado por el rey Belga Leopoldo II. Irónicamente, pese a tener en su nombre la palabra libre, en pocos territorios del mundo se ha sometido al ser humano a una esclavitud tan surreal como aterradora.

El nacimiento del Estado Libre del Congo: el capricho de un rey

Antes del siglo XIX las potencias europeas habían establecido puestos comerciales por toda la costa africana, si bien no se había penetrado en el interior. Gracias a los avances técnicos –y, especialmente, a la quinina-, los exploradores pudieron penetrar en el desconocido interior africano, descubriendo nuevos territorios que ofrecían incontables recursos vírgenes. La máquina del colonialismo no tardó en ponerse en marcha con Inglaterra y Francia a la cabeza, seguidas por otras potencias como Alemania, Portugal, Italia, Bélgica y España, procediendo a repartirse entre ellas el botín africano en la célebre Conferencia de Berlín de 1884.

Leopoldo II

Leopoldo II. Fuente: Wikimedia.

Puede sorprender la presencia de Bélgica en la lista de países colonizadores de África, teniendo en cuenta sus modestas proporciones, pero es que en aquella época ocupaba el trono belga Leopoldo II, un hombre de ambición desmedida, que luchó con ahínco para que su país contase con territorios que colonizar, ya que creía que su nación, industrialmente potente, los necesitaba. Sin embargo, la opinión pública belga no se mostraba a favor del colonialismo, aunque esto no le frenó, ya que adquiriría una colonia no ligada al estado belga, sino a sí mismo como soberano.

Al rey Leopoldo le valía cualquier sitio que pudiera ser explotado económicamente. Tras comprobar que no podía obtener una colonia en Asia, centró sus esfuerzos en el África Central, organizando en 1876 la Association Internationale Africaine (AIA), destinada a planear la colonización efectiva del territorio de la cubeta del Congo. Obviamente, las intenciones de explotación se ocultaron bajo una máscara de filantropía, pues los europeos civilizados pretendían llevar al Congo el progreso, el cristianismo y librar a los nativos de los traficantes de esclavos de Zanzíbar.

El rey y el explorador

Sin embargo, en aquella época del río Congo se conocía poco más que su desembocadura. Varios exploradores, Lovett Cameron, Brazza y Stanley se adentraron río arriba con el objetivo de descubrir cómo era la cuenca del Congo. No se esperaba gran cosa del segundo río más importante de África, ya que, debido a la existencia de una secuencia de 32 rápidos y cataratas no demasiado lejos de su desembocadura, no era navegable. En cuanto a esto, el explorador Stanley, cuyos servicios fueron finalmente contratados por el rey belga, descubrió que a partir de la Stanley Pool[1], un inmenso lago formado por el río, el Congo era navegable, suponiendo una vía de comunicación magnífica para penetrar en el interior de África.

Stanley propuso a Leopoldo construir un ferrocarril que sortease los rápidos del Congo, bautizados como Cataratas Livingstone, partiendo desde Matadi, aún hoy el principal puerto congoleño, hasta la orilla del Stanley Pool, donde se construiría un pequeño puerto, Leopoldville[2], a partir del cual se podía remontar fácilmente el río Congo.

La lucha por el Congo

El proyecto de Stanley interesó al monarca belga, que se puso manos a la obra arriesgando dinero de sus propios fondos. Tras la quiebra de la AIA en 1879, fundaron la Association Internationale du Congo (AIT), que pretendía fomentar el comercio y la industria en un vasto territorio de más de 2.000.000 de km2. Stanley era el hombre del rey sobre el terreno; hizo firmar a los jefes de tribu del área acuerdos de monopolio comercial con la AIC que, con el tiempo, pasaron a ser cesiones de soberanía, pues los franceses, portugueses e ingleses amenazaban con arrebatar al soberano belga los territorios que ambicionaba. Huelga decir que dichos jefes tribales no sabían lo que firmaban, a pesar de que condenaban a sus pueblos a una servidumbre nunca vista. Gracias a las promesas de libre comercio por el territorio congoleño, Leopoldo consiguió que las potencias europeas reconocieran su soberanía sobre el territorio en la Conferencia de Berlín de 1884. Irónicamente, y pese a sus promesas de liberar a los nativos de la esclavitud, Leopoldo no dudó en congraciarse con Tippu Tip, un traficante de esclavos zanzibarino, a cambio de que éste reconociese su soberanía al este del Congo.

El Estado Libre del Congo

Finalmente, el 1 de agosto de 1885 nacía el Estado Libre del Congo, regido por Leopoldo II como si fuese un monarca absoluto, al tiempo que era rey constitucional de Bélgica. El nuevo estado era, con sus 2.340.00 km2, 67 veces más grande que Bélgica. Se estableció la capital en Boma, aunque el centro de decisiones se encontraba en Bélgica, en la corte de Leopoldo II, quien jamás pisó el Congo.

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Mapa del Estado Libre del Congo en 1892. Fuente: Wikimedia.

El vasto territorio se dividió en 14 distritos, pero el verdadero reparto del país se efectuó a través de las concesiones territoriales a diversas compañías comerciales (Kasai, Anversoise, Katanga, etc.) encargadas de explotar, principalmente, el caucho, la madera y el marfil. El propio rey se reservó nada menos que 250.000 km2 –la mitad de la superficie de España- como Domaine de la Couronne, una región entera para su enriquecimiento personal. Los nativos eran forzados a trabajar gratis para las compañías en jornadas maratonianas de hasta 16 horas, principalmente en la explotación del caucho, lo que les impedía cultivar la tierra o cazar, por lo que no tardó en aparecer el hambre. Para que el sistema pudiera funcionar, se creó la Force Publique, el ejército colonial, que no dudaba en masacrar a poblaciones enteras si sus jefes se negaban a ceder a los hombres válidos para el trabajo a las compañías. Se establecieron castigos draconianos como el de cortar las manos a los indígenas que gastasen balas cazando, lo que provocó que el número de mutilados creciese de un modo espantoso. El empleo del chicotte, un látigo de piel de hipopótamo, marcaba la carne de los nativos con cicatrices horrorosas.

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Niños congoleños mutilados. Fuente: Wikimedia.

El tren entre Matadi y Léopoldville

La construcción del ferrocarril que uniese la desembocadura navegable del Congo con la Stanley Pool, evitando las cataratas Livingstone al atravesar las montañas de Cristal, supuso una pieza clave para el desarrollo de la colonia. Una de las exigencias planteadas por Leopoldo a franceses y portugueses fue que, si bien podían quedarse con la mayor parte de la franja costera atlántica, debían reservarle el puerto de Matadi y una porción de terreno suficiente para construir este ferrocarril, cuya importancia se debía a que el trayecto a pie entre Matadi y Léopoldville tardaba casi tres semanas. La explotación intensiva del caucho en el interior congoleño exigía la construcción de una vía férrea para dar salida a la producción, por lo que en 1890 comenzaron los trabajos de construcción de los 387 km de línea, que sólo acabaron en 1898.

Mapa del Bajo Congo - 1913

Mapa del Bajo Congo en 1913, donde se aprecia en negro el trazado de la línea férrea. Fuente: Wikimedia.

A pesar de ser una obra de proporciones modestas, nos encontramos ante uno de las mayores tragedias constructivas del hombre moderno. A diferencia de Europa, donde construir un ferrocarril similar no hubiese supuesto tanto tiempo, debemos tener en cuenta que en esta parte del mundo no existían infraestructuras ni ningún tipo de comodidad que facilitase la construcción; al contrario, un territorio casi virgen, de difícil orografía y con la sempiterna amenaza de las enfermedades –malaria, disentería, beri-beri, etc- hizo que, por ejemplo, para construir los primeros 22 km se tardasen 3 años.

Se empleó una ingente cantidad de mano de obra nativa, si bien no se dudó en importar trabajadores de Barbados, Sierra Leona o incluso de China. Las condiciones de trabajo habrían hecho ruborizar al peor tratante de esclavos: los hombres, mal alimentados y afectados por las enfermedades, sufrían constantes accidentes debido a lo penoso de la situación y, además, tenían que soportar hasta latigazos de los capataces. Los trabajadores europeos, muy poco numerosos, no aguantaban demasiado tiempo en estas condiciones, por lo que muchas veces rompían su contrato y volvían a casa; los trabajadores africanos y asiáticos no tenían esa suerte. No es de extrañar que la mortalidad entre los trabajadores fuese altísima, aunque las cifras están maquilladas: según los cálculos oficiales belgas, murieron 1800 obreros, de ellos sólo 132 blancos, aunque no pocos autores creen que esta cantidad sólo refleja los muertos de los dos primeros años de la obra, pudiendo ser la cifra real muy superior.

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Rápidos de Livingstone en las cercanías de Kinshasa. Fuente: Wikimedia.

La inauguración de la línea fue todo un evento social en la colonia. La llegada del primer tren a Léopoldville fue saludada con salvas de cañón y recibida por las autoridades, que ese mismo día inauguraron un monumento a los porteadores a los que había liberado el tren. Huelga decir que no se mencionó el coste de sangre del ferrocarril que, todo hay que decirlo, logró su objetivo, ya que se dispararon las exportaciones de caucho a nada menos que 11 millones de toneladas anuales, convirtiendo a Léopoldville en el puerto con más tráfico del África Central.

Un legado sangriento

Roger Casement

Retrato de Roger Casement. Fuente: Wikimedia.

Los crímenes del régimen colonial de Leopoldo II no pudieron ocultarse durante demasiado tiempo. Los misioneros y algunos de los trabajadores europeos dieron los primeros testimonios de los abusos a los nativos, que provocaron que el Reino Unido enviase en 1903 al cónsul Roger Casement para investigar sobre el terreno. Tras recorrer durante seis meses el Congo, elaboró un informe en el que no escatimó detalles del horror que se vivía en la colonia belga. Su publicación supuso tal shock que puso en entredicho la labor supuestamente civilizadora del rey de los belgas que, presionado por la comunidad internacional, tuvo que ceder la gestión del territorio al estado belga, si bien esto no supuso un gran cambio de la condiciones de vida y explotación de los congoleños. La heroica aportación de Casement se relata en el libro El sueño del celta de Mario Vargas Llosa.

Los abusos del colonialismo supusieron que la población del Congo, estimada antes de la colonización entre 20 y 30 millones de personas, pasase a sólo 9 millones, muriendo entre 10 y 15 millones de seres humanos víctimas del hambre, las enfermedades y la brutalidad del régimen colonial.

Aún hoy el Congo sigue sufriendo las secuelas de su pasado. Su proceso de descolonización, torpemente realizado, dio paso a una serie de gobiernos dictatoriales y guerras civiles que han dejado un rastro sangriento en un país frágil habitado por más de 71 millones de seres humanos, pertenecientes a unas 200 etnias diferentes.

[1] Actual Malebo Pool.

[2] Leopoldville fue rebautizada tras la independencia como Kinshasa.

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