Este mes de marzo se cumplen 120 años de la batalla de Adua, de la que hablamos largo y tendido en una entrada anterior. Aprovechamos nuestra colaboración con el programa Tras las Huellas del Tiempo para dedicarle la sección semanal de la Biblioteca de Tombuctú. Podéis escuchar y descargar el audio aquí:
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Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Puede escuchar el podcast aquí:
En esta sesión viajamos a Tombuctú, ciudad que da nombre a nuestra sección, para conocer el espectacular Fondo Kati de la mano de Luis Temboury, escritor e investigador malagueño. Este autor ha publicado el libro Nuestros Nobles Parientes (Ediciones del Genal, 2015), en el que, al trazar la historia africana, pone de relieve las estrechas y casi desconocidas relaciones entre África y España.
Además de adentrarnos en el mundo escasamente conocido de las bibliotecas de Tombuctú -especialmente el Fondo Kati, que tiene raíces españolas-, durante la entrevista conocimos historias como la de Yuder Pachá, morisco almeriense que a finales del siglo XVI conquistó el imperio Songhai para Marruecos. El propio Yuder quedó en Tombuctú con el cargo de gobernador, aunque gracias a la lejanía de la entonces capital marroquí, Marrakech, la ciudad se gobernó de manera autónoma durante casi dos siglos. Ésta y otras historias aparecen recogidas en su extensa obra, dividida en dos volúmenes, la cual sirvió de hilo conductor para la entrevista.
Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Texto original: Ewa Skurczynska. Puede escuchar el podcast aquí:
Todo el continente africano tiene hondas cicatrices en su historia, recuerdo de la colonización europea. No hubo región africana colonizada que no experimentase la explotación sistemática de sus habitantes, reducidos poco menos que a la servidumbre, la rapiña de sus recursos o la crueldad racista de los amos europeos, cuyos delirios y ambiciones insensatas supusieron la muerte de miles de africanos. Pese a que todo esto se repitió, si bien de un modo más o menos benéfico, por toda la geografía del continente negro, hubo un lugar en el que los horrores del colonialismo fueron especialmente terribles: el Estado Libre del Congo, creado por el rey Belga Leopoldo II. Irónicamente, pese a tener en su nombre la palabra libre, en pocos territorios del mundo se ha sometido al ser humano a una esclavitud tan surreal como aterradora.
El nacimiento del Estado Libre del Congo: el capricho de un rey
Antes del siglo XIX las potencias europeas habían establecido puestos comerciales por toda la costa africana, si bien no se había penetrado en el interior. Gracias a los avances técnicos –y, especialmente, a la quinina-, los exploradores pudieron penetrar en el desconocido interior africano, descubriendo nuevos territorios que ofrecían incontables recursos vírgenes. La máquina del colonialismo no tardó en ponerse en marcha con Inglaterra y Francia a la cabeza, seguidas por otras potencias como Alemania, Portugal, Italia, Bélgica y España, procediendo a repartirse entre ellas el botín africano en la célebre Conferencia de Berlín de 1884.
Puede sorprender la presencia de Bélgica en la lista de países colonizadores de África, teniendo en cuenta sus modestas proporciones, pero es que en aquella época ocupaba el trono belga Leopoldo II, un hombre de ambición desmedida, que luchó con ahínco para que su país contase con territorios que colonizar, ya que creía que su nación, industrialmente potente, los necesitaba. Sin embargo, la opinión pública belga no se mostraba a favor del colonialismo, aunque esto no le frenó, ya que adquiriría una colonia no ligada al estado belga, sino a sí mismo como soberano.
Al rey Leopoldo le valía cualquier sitio que pudiera ser explotado económicamente. Tras comprobar que no podía obtener una colonia en Asia, centró sus esfuerzos en el África Central, organizando en 1876 la Association Internationale Africaine (AIA), destinada a planear la colonización efectiva del territorio de la cubeta del Congo. Obviamente, las intenciones de explotación se ocultaron bajo una máscara de filantropía, pues los europeos civilizados pretendían llevar al Congo el progreso, el cristianismo y librar a los nativos de los traficantes de esclavos de Zanzíbar.
El rey y el explorador
Sin embargo, en aquella época del río Congo se conocía poco más que su desembocadura. Varios exploradores, Lovett Cameron, Brazza y Stanley se adentraron río arriba con el objetivo de descubrir cómo era la cuenca del Congo. No se esperaba gran cosa del segundo río más importante de África, ya que, debido a la existencia de una secuencia de 32 rápidos y cataratas no demasiado lejos de su desembocadura, no era navegable. En cuanto a esto, el explorador Stanley, cuyos servicios fueron finalmente contratados por el rey belga, descubrió que a partir de la Stanley Pool[1], un inmenso lago formado por el río, el Congo era navegable, suponiendo una vía de comunicación magnífica para penetrar en el interior de África.
Stanley propuso a Leopoldo construir un ferrocarril que sortease los rápidos del Congo, bautizados como Cataratas Livingstone, partiendo desde Matadi, aún hoy el principal puerto congoleño, hasta la orilla del Stanley Pool, donde se construiría un pequeño puerto, Leopoldville[2], a partir del cual se podía remontar fácilmente el río Congo.
La lucha por el Congo
El proyecto de Stanley interesó al monarca belga, que se puso manos a la obra arriesgando dinero de sus propios fondos. Tras la quiebra de la AIA en 1879, fundaron la Association Internationale du Congo (AIT), que pretendía fomentar el comercio y la industria en un vasto territorio de más de 2.000.000 de km2. Stanley era el hombre del rey sobre el terreno; hizo firmar a los jefes de tribu del área acuerdos de monopolio comercial con la AIC que, con el tiempo, pasaron a ser cesiones de soberanía, pues los franceses, portugueses e ingleses amenazaban con arrebatar al soberano belga los territorios que ambicionaba. Huelga decir que dichos jefes tribales no sabían lo que firmaban, a pesar de que condenaban a sus pueblos a una servidumbre nunca vista. Gracias a las promesas de libre comercio por el territorio congoleño, Leopoldo consiguió que las potencias europeas reconocieran su soberanía sobre el territorio en la Conferencia de Berlín de 1884. Irónicamente, y pese a sus promesas de liberar a los nativos de la esclavitud, Leopoldo no dudó en congraciarse con Tippu Tip, un traficante de esclavos zanzibarino, a cambio de que éste reconociese su soberanía al este del Congo.
El Estado Libre del Congo
Finalmente, el 1 de agosto de 1885 nacía el Estado Libre del Congo, regido por Leopoldo II como si fuese un monarca absoluto, al tiempo que era rey constitucional de Bélgica. El nuevo estado era, con sus 2.340.00 km2, 67 veces más grande que Bélgica. Se estableció la capital en Boma, aunque el centro de decisiones se encontraba en Bélgica, en la corte de Leopoldo II, quien jamás pisó el Congo.
El vasto territorio se dividió en 14 distritos, pero el verdadero reparto del país se efectuó a través de las concesiones territoriales a diversas compañías comerciales (Kasai, Anversoise, Katanga, etc.) encargadas de explotar, principalmente, el caucho, la madera y el marfil. El propio rey se reservó nada menos que 250.000 km2 –la mitad de la superficie de España- como Domaine de la Couronne, una región entera para su enriquecimiento personal. Los nativos eran forzados a trabajar gratis para las compañías en jornadas maratonianas de hasta 16 horas, principalmente en la explotación del caucho, lo que les impedía cultivar la tierra o cazar, por lo que no tardó en aparecer el hambre. Para que el sistema pudiera funcionar, se creó la Force Publique, el ejército colonial, que no dudaba en masacrar a poblaciones enteras si sus jefes se negaban a ceder a los hombres válidos para el trabajo a las compañías. Se establecieron castigos draconianos como el de cortar las manos a los indígenas que gastasen balas cazando, lo que provocó que el número de mutilados creciese de un modo espantoso. El empleo del chicotte, un látigo de piel de hipopótamo, marcaba la carne de los nativos con cicatrices horrorosas.
El tren entre Matadi y Léopoldville
La construcción del ferrocarril que uniese la desembocadura navegable del Congo con la Stanley Pool, evitando las cataratas Livingstone al atravesar las montañas de Cristal, supuso una pieza clave para el desarrollo de la colonia. Una de las exigencias planteadas por Leopoldo a franceses y portugueses fue que, si bien podían quedarse con la mayor parte de la franja costera atlántica, debían reservarle el puerto de Matadi y una porción de terreno suficiente para construir este ferrocarril, cuya importancia se debía a que el trayecto a pie entre Matadi y Léopoldville tardaba casi tres semanas. La explotación intensiva del caucho en el interior congoleño exigía la construcción de una vía férrea para dar salida a la producción, por lo que en 1890 comenzaron los trabajos de construcción de los 387 km de línea, que sólo acabaron en 1898.
A pesar de ser una obra de proporciones modestas, nos encontramos ante uno de las mayores tragedias constructivas del hombre moderno. A diferencia de Europa, donde construir un ferrocarril similar no hubiese supuesto tanto tiempo, debemos tener en cuenta que en esta parte del mundo no existían infraestructuras ni ningún tipo de comodidad que facilitase la construcción; al contrario, un territorio casi virgen, de difícil orografía y con la sempiterna amenaza de las enfermedades –malaria, disentería, beri-beri, etc- hizo que, por ejemplo, para construir los primeros 22 km se tardasen 3 años.
Se empleó una ingente cantidad de mano de obra nativa, si bien no se dudó en importar trabajadores de Barbados, Sierra Leona o incluso de China. Las condiciones de trabajo habrían hecho ruborizar al peor tratante de esclavos: los hombres, mal alimentados y afectados por las enfermedades, sufrían constantes accidentes debido a lo penoso de la situación y, además, tenían que soportar hasta latigazos de los capataces. Los trabajadores europeos, muy poco numerosos, no aguantaban demasiado tiempo en estas condiciones, por lo que muchas veces rompían su contrato y volvían a casa; los trabajadores africanos y asiáticos no tenían esa suerte. No es de extrañar que la mortalidad entre los trabajadores fuese altísima, aunque las cifras están maquilladas: según los cálculos oficiales belgas, murieron 1800 obreros, de ellos sólo 132 blancos, aunque no pocos autores creen que esta cantidad sólo refleja los muertos de los dos primeros años de la obra, pudiendo ser la cifra real muy superior.
La inauguración de la línea fue todo un evento social en la colonia. La llegada del primer tren a Léopoldville fue saludada con salvas de cañón y recibida por las autoridades, que ese mismo día inauguraron un monumento a los porteadores a los que había liberado el tren. Huelga decir que no se mencionó el coste de sangre del ferrocarril que, todo hay que decirlo, logró su objetivo, ya que se dispararon las exportaciones de caucho a nada menos que 11 millones de toneladas anuales, convirtiendo a Léopoldville en el puerto con más tráfico del África Central.
Un legado sangriento
Los crímenes del régimen colonial de Leopoldo II no pudieron ocultarse durante demasiado tiempo. Los misioneros y algunos de los trabajadores europeos dieron los primeros testimonios de los abusos a los nativos, que provocaron que el Reino Unido enviase en 1903 al cónsul Roger Casement para investigar sobre el terreno. Tras recorrer durante seis meses el Congo, elaboró un informe en el que no escatimó detalles del horror que se vivía en la colonia belga. Su publicación supuso tal shock que puso en entredicho la labor supuestamente civilizadora del rey de los belgas que, presionado por la comunidad internacional, tuvo que ceder la gestión del territorio al estado belga, si bien esto no supuso un gran cambio de la condiciones de vida y explotación de los congoleños. La heroica aportación de Casement se relata en el libro El sueño del celta de Mario Vargas Llosa.
Los abusos del colonialismo supusieron que la población del Congo, estimada antes de la colonización entre 20 y 30 millones de personas, pasase a sólo 9 millones, muriendo entre 10 y 15 millones de seres humanos víctimas del hambre, las enfermedades y la brutalidad del régimen colonial.
Aún hoy el Congo sigue sufriendo las secuelas de su pasado. Su proceso de descolonización, torpemente realizado, dio paso a una serie de gobiernos dictatoriales y guerras civiles que han dejado un rastro sangriento en un país frágil habitado por más de 71 millones de seres humanos, pertenecientes a unas 200 etnias diferentes.
[1] Actual Malebo Pool.
[2] Leopoldville fue rebautizada tras la independencia como Kinshasa.
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1483 supuso un punto de inflexión en la historia del reino de Kongo o Congo, ubicado en la desembocadura del río homónimo, en África Central. Aquel año llegaron los primeros portugueses a sus costas, quienes arribaron con ánimo de comerciar y de evangelizar.
El catolicismo será muy bien acogido por los bakongo, bautizándose al propio rey Nzinga a Nkuwu como João I, y cambiándose el nombre de la capital de Mbanza Kongo a São Salvador. Bajo el reinado de Affonso I (1506-1543) el catolicismo se convirtió en la religión oficial del Kongo, al tiempo que la influencia portuguesa crecía.
La evangelización del pueblo congoleño no fue fácil, principalmente por la falta de sacerdotes entrenados. A pesar de que el manikongo (el rey) pedía constantemente al rey luso el envío de sacerdotes, pocos se atrevían ir a aquella remota tierra africana donde los blancos morían al poco tiempo de terribles enfermedades. Además, las creencias tradicionales pervivían con fuerza.
Pese a todo, el catolicismo logró cobrar cierta fuerza entre los bakongo, la mayoría de los cuales afirmaban haber comido sal (yadia mungwa), que era la manera en que llamaban al bautismo, ya que se colocaba algo de sal en la boca de los bebés en el momento bautismal.
Dos siglos después del reinado de Affonso I, el antaño poderoso Kongo estaba inmerso en una cruenta guerra civil que desangraba al país desde 1665, en la cual se enfrentaban las casas de Kimpanzu y de Kinlaza.
En este contexto de guerra y desesperanza nació en 1684 Beatriz Kimpa Vita, originaria de las montañas de Kibangu, en la parte oriental de Kongo. Criada como nganga marinda, una especie de adivina de los cultos tradicionales bakongo, hacia 1700 abandonará dichas creencias para abrazar con fervor el catolicismo. En 1704, cuando tenía 20 años, sufrió una enfermedad terrible que le producía fiebres y alucinaciones. Una noche, cuando nadie daba nada por su vida, se le apareció San Antonio de Padua, quien le aseguró que había bajado a la tierra para reunificar el reino de Kongo. Poseída por el santo, la joven se levantó de la cama completamente sana, dispuesta a comenzar su misión divina. Nacía así el movimiento antoniano.
Poco tiempo antes, una profetisa llamada Makufa había predicado por los montes de Kibangu que Jesús planeaba castigar al reino de Kongo por su impiedad. Esta mujer apoyará a Kimpa Vita.
El nuevo credo de la profetisa incluía unos sorprendentes orígenes negros del cristianismo, convenientemente ocultados por los blancos. Ella aseguraba que Cristo había nacido en Mbanza Kongo, que era el verdadero nombre de Belén, y que María era la hija de una esclava de la marquesa Mzimba Mpangi. Además, también alteró oraciones clásicas cristianas como la Salve, a la que modificó hasta crear su Salve Antoniana.
El movimiento antoniano creció pronto con fuerza. Intentó entrevistarse con los dos candidatos al trono, João II y Pedro IV, quienes la rechazaron, tras lo cual en 1605 se instala con sus seguidores en las ruinas de la antigua capital bakongo, Mbanza Kongo, construyendo su residencia donde antaño estuvo la catedral. Miles de campesinos seguían a la profetisa, ensimismados por su personalidad. Los Pequeños Antonios, verdaderos misioneros, se encargaron de predicar por todo el país la buena nueva de Dona Beatriz Kimpa Vita.
A pesar del sesgo popular del antonianismo, también algunos miembros de la nobleza se convirtieron a esta peculiar versión del cristianismo bakongo. Cuando el rey Pedro IV observó que no sólo uno de sus comandantes se había convertido al antonianismo, sino que su propia mujer, Hipólita, lo veía con buenos ojos, pasó de una posición neutral a una abierta hostilidad.
En 1706, tropas leales al rey Pedro IV capturan a la profetisa, la cual es llevada a la capital petrina, Evululu. Juzgada por herejía y brujería en un tribunal eclesiástico presidido por los capuchinos Bernardo da Gallo y Lorenzo da Lucca, fue condenada a la hoguera.
Su muerte no supuso el fin del antonianismo. Sus adeptos pensaban que aún vivía, y seguían habitando entre las ruinas de la antigua capital. Harto del antonianismo, el rey Pedro IV, portando sólo una cruz, se pone a la cabeza del ejército que ataca Mbanza Kongo el 15 de febrero de 1709, derrotando al nuevo líder antoniano, Pedro Constantino da Silva, quien fue decapitado. Así se puso fin a la herejía.
El movimiento antoniano conjugó el creciente malestar de una población harta de años de guerra civil, abusos nobiliarios y cazas de esclavos. Kimpa Vita quiso crear un estado nuevo, con un rey fuerte a la cabeza y una iglesia plenamente bakongo, la cual reconocía la autoridad papal pero no aceptaba la entrada de misioneros europeos. Finalmente, el movimiento fracasó, pero irónicamente su destrucción implicó el fin de la guerra civil, ya que Pedro IV acabaría derrotando a su rival João II ese mismo año. Sea como fuere, el reino de Kongo nunca recuperaría su antiguo esplendor.
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Durante mucho tiempo, las espectaculares ruinas del Gran Zimbabue (Great Zimbabwe en inglés) asombraron a los aventureros y colonizadores europeos, para quienes las gigantescas estructuras de piedra que encontraron eran algo impensable en el corazón del África Negra. El primer europeo que las conoció fue el portugués Vicente Delgado, quien en 1531 habla de un lugar llamado Symbaoe.
Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, las ruinas de Zimbabue comenzaron a ser estudiadas por los colonizadores europeos. Como se presuponía que ninguno de los pueblos autóctonos era capaz de erigir semejantes construcciones, pronto aparecieron las más variopintas hipótesis sobre su origen: la que más fuerza cobró fue que se trataba del legendario reino de Saba, entre otros sinsentidos. Mientras, se silenciaban las investigaciones que indicaban que los restos eran medievales y de origen bantú. Se afirmaba con gran ligereza que las grandes construcciones de piedra habrían sido construidas por árabes o fenicios como colonias mineras, nunca por africanos. Durante la existencia de la república de Rodhesia (1965-1979), dirigida por una minoría blanca que mantenía a la mayoría negra bajo un régimen de apartheid, se promovieron estas tesis racistas.
Aunque los orígenes siguen sin estar claros, la mayoría de especialistas indican hoy que el Gran Zimbabue fue fundado en el siglo XI por los ancestros del pueblo shona, la cultura de Gokomere. Las condiciones para el desarrollo humano de la región eran óptimas: no en vano, esta cultura ocupaba la mayor parte de una meseta entre los grandes ríos Zambeze y Limpopo, apta para la ganadería y rica en minerales.
En principio, la base de la economía fue la ganadería, muy por encima de la agricultura, aunque pronto se comenzaron a explotar las minas de cobre y oro que atrajeron a los comerciantes árabes instalados en la costa del actual Mozambique.
Este estado ganadero, al que los arqueólogos e historiadores denominan reino de Zimbabue, comenzó durante el siglo XIII a construir grandes recintos amurallados de carácter ceremonial y otros más pequeños que contenían casas circulares de piedra. Emplearon el granito local, trabajándolo en bloques regulares unidos sin argamasa, formando estructuras robustas y muy resistentes. Pese a todo, las murallas no se construyeron con fines defensivos, ya que parece ser que eran formas de expresión de prestigio.
Se estima que la ciudad contó con entre 10.000 y 20.000 habitantes, quienes gozaban de una posición de privilegio conseguida gracias a la explotación de sus riquezas minerales, principalmente el oro, que eran intercambiadas por bienes como la seda china. El principal puerto de exportación era la ciudad suajili de Kilwa, en Tanzania.
Los restos del yacimiento se organizan en grandes conjuntos: el más importante es el Gran Recinto, rodeado por una gran muralla y con su distintiva torre cónica, que se cree representaba los tributos de grano entregados al rey. Se piensa que, por sus dimensiones, era empleado por el rey como residencia.
Cerca se ubica el Complejo de la Colina, el cual incluye al Recinto Oriental y el Occidental, construidos sobre un escarpe granítico. Probablemente tuvo un uso religioso, como parecen indicar las plataformas sobre las que se clavaba un poste en cuya parte superior se colocaba uno de los célebres Pájaros de Zimbabue, pequeñas esculturas talladas en esteatita (imagen de la izquierda). Nadie sabe a qué especie representan, pero que una de las formaciones rocosas de la propia colina se parezca a estas tallas indica algún tipo de relación religiosa. De los ocho encontrados hasta la fecha, seis aparecieron aquí. Los cultos que pudieron desarrollarse en esta colina nos son desconocidos, aunque se baraja que estuvieran relacionados con el culto a los antepasados.
Si bien el asentamiento más conocido es el de Gran Zimbabue, su propio nombre indica que hay otros zimbabues (casa de piedra en shona). Se han registrado más de 200 yacimientos de menor tamaño, algunos de ellos organizados alrededor de uno más grande, que quizá compusieran otros reinos. Los principales yacimientos son Manyikeni (Mozambique), Khami y Bumbusi.
El declive del reino de Zimbabue comienza a finales del siglo XV, probablemente por la sequía, la sobreexplotación agrícola y la tala masiva de árboles. Además, las rutas comerciales empezaron a desviarse hacia el norte al tiempo que bajaba la producción de oro. A comienzos del siglo XVI, sus habitantes habían abandonado por completo la ciudad. El vacío político que dejó Zimbabue será ocupado por nuevas formaciones políticas, destacando el reino de Mutapa.
La huella del reino Zimbabue sigue muy presente en la vida de la presente república homónima. La etnia mayoritaria, los shona, son los orgullosos descendientes directos de los constructores de tan increíble civilización, e incluso uno de los Pájaros de Zimbabue aparece en la bandera nacional.
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La sabana regada por el río Níger, en África Occidental, es la cuna de algunas de las más importantes civilizaciones de la humanidad. Aquí se desarrollaron imperios como el de Songhai, Mali o Ghana, el cual no hay que confundir con el actual estado homónimo, mucho más al sur.
La existencia de la poderosa Ghana la conocemos gracias a los trabajos de varios historiadores musulmanes, destacando Ibn Hawqal y el cordobés al-Bakri. A comienzos del siglo III de nuestra era, el pueblo soninké se instala en la vasta región situada entre las curvas divergentes de los ríos Níger y Senegal.
No sabemos mucho de ellos, aunque la tradición legendaria recogida en el Tarij as-Sudan (Historia del Sudán, de Abd al-Sadi) indica que fue fundada por una dinastía blanca de origen semita, la cual dio 44 gobernantes hasta que el mestizaje con los nativos dio lugar a una dinastía negra. Mahmud Kati, en su Tarij al-Fettash, narra que el cambio dinástico se debió a un golpe de estado orquestado por cortesanos negros, los cuales le entregaron el trono a un rey negro, el Kaya Maghan (el dueño del oro), fundador de la dinastía reinante de los Cissé.
Ghana o Wagadu (país de los rebaños) ocupaba un amplio espacio entre los ríos Senegal y Níger, que en aquella época tenía un clima más húmedo que hoy, propiciando la ganadería y la agricultura. Se trataba de un imperio multiétnico, con pastores bereberes de origen sinjaya, y agricultores negros ba fur, soninké y songhai.
El imperio logró su máxima extensión en el siglo X, cuando controlaba el acceso a las minas de oro del sur y tenía subyugados a varios reinos (Tekrur, Walata, etc.). La economía se basaba en la agricultura de subsistencia y la ganadería, pero tenía un pilar fundamental en la actividad comercial.
Al sur se hallaban regiones cuyos ríos producían pepitas de oro en abundancia, del que Ghana actuaba como centro distribuidor hacia el Magreb. El comercio aurífero era monopolio del rey, que controlaba la distribución de las pepitas del preciado metal para evitar la devaluación. El oro circulaba sobre todo en forma de polvo, como parece confirmar el hallazgo de juegos de pesas y medidas de cantidades tan pequeñas que sólo pudieron usarse para pesar metales preciosos.
Los mercaderes magrebíes trataban de evitar a los intermediarios ghaneses viajando ellos mismos a las zonas de producción aurífera. Allí se producía el famoso comercio mudo del oro: en un punto dado, los comerciantes dejaban sus mercancías, volviendo a su campamento. Durante la noche, los nativos dejaban junto a los productos la cantidad de oro que consideraban justa. Al día siguiente, los mercaderes volvían y, si consideraban apropiada la cantidad, recogían el oro y se iban; si no, marchaban sin tocar nada, esperando que a la noche siguiente les trajeran más oro. El proceso se repetía hasta que ambas partes quedaban satisfechas. De esta manera, se evitaba el contacto directo con los musulmanes, famosos por su proselitismo religioso.
La organización política estaba encabezada por el tunka (emperador), quien todos los días realizaba dos rondas por la ciudad, dedicando la primera a impartir justicia. La sucesión al trono era matrilineal: el emperador era sucedido por el hijo de su hermana.
Existía también un Gran Consejo Real en el que también encontramos esclavos libertos e incluso musulmanes, ya que se les apreciaba especialmente por sus conocimientos técnicos.
Con respecto a la religión, la corte y, con seguridad, la mayoría de la población practicaba la religión tradicional, en la que la deidad principal era el Wagadu-Bida, el dios serpiente protector de los Cissé. El islam era tolerado en el país, permitiéndose la construcción de mezquitas y barrios musulmanes segregados.
El yacimiento de Kumbi Saleh, al sur de la actual Mauritania, se cree que fue la capital de Ghana debido a la extensión de sus restos, los cuales han sido datados entre los siglos VI y XI. La existencia de edificios de piedra y grandes extensiones de cementerios han ayudado a afianzar la idea de que éste fue el principal centro urbano ghanés. Por otro lado, al-Bakri, al describir la ciudad en el siglo XI indica que se dividía en dos grandes barrios: uno para los comerciantes y artesanos musulmanes, y otro, situado a seis millas, donde se ubicaba el palacio real. Los restos pertenecen al barrio musulmán, sin que se hayan encontrado aún los vestigios del barrio real.
El imperio de Ghana entra en decadencia en el siglo XI. En aquella época, los almorávides han comenzado a construir su imperio, interrumpiendo o desviando las rutas del comercio transahariano. El tunka Menin, hijo de Basi –los dos únicos monarcas cuyo nombre conocemos- asiste a la destrucción de Koumbi Saleh a manos de los almorávides (1076), que permitirán la existencia de Ghana a cambio de un oneroso tributo. El antaño poderoso imperio será absorbido por el pueblo sosso en el siglo XII.
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Durante la segunda mitad del siglo XIX, el mundo contemplaba atónito las gestas de los grandes exploradores que, por fin, se habían atrevido a adentrarse en el corazón de África, el último continente cuyo interior era aún una incógnita. Nombres como Stanley, Livingstone, Brazza o Caillié resonaban con fuerza entre el público, y eran considerados como ejemplos de hombres que buscaban llevar el supuesto progreso a África. Sin embargo, tras los exploradores, vinieron los imperios coloniales: no en vano, las potencias colonizadoras los pagaban para saber qué riquezas se ubicaban en el interior africano. La pesadilla del colonialismo estaba comenzando.
España no protagonizó grandes expediciones por África, aunque sí que realizó pequeñas exploraciones regionales. Es el caso de Manuel Iradier, el primer español que se adentró en el Muni, hoy en Guinea Ecuatorial.
Nacido en Vitoria en 1854, se apasionó por África siendo muy joven. Su sueño era cruzar el continente africano de Norte a Sur, pero un encuentro con el explorador Stanley en su ciudad natal le convenció de lo inoportuno de su plan, ya que no contaba con los fondos necesarios. En su lugar, el genial galés le aconsejó un objetivo más llevadero: explorar la costa del golfo de Guinea a fin de que España pudiera ejercer sus derechos sobre sus costas.
La idea se basaba en el Tratado del Pardo de 1778, en el que España, tras ceder a Portugal la Colonia de Sacramento –hoy en Uruguay- junto con otros territorios, recibía a cambio el derecho a colonizar una amplia extensión de territorio en el Golfo de Guinea, entre las desembocaduras de los ríos Níger y Ogüé (Ogooué). Sin embargo, una depauperada España, más interesada en sus colonias americanas, no le había prestado ninguna atención a aquella abundante extensión de tierra africana. De esta manera, los ingleses, bajo el pretexto de luchar contra los esclavistas, instalaron entre 1827 y 1843 una base en la isla de Fernando Poó (hoy Bioko): Port Clarence, germen del actual Malabo. Tras retomar el control y rebautizar la ciudad como Santa Isabel, España comenzó una incipiente colonización de la isla, pero los territorios continentales seguían siendo tierra virgen para la corona española.
Primera expedición (1874)
Finalmente, Iradier partió rumbo a Guinea a finales de 1874, acompañado de su mujer y su cuñada. Nadie le apoyaba económicamente, hasta el punto de tener que correr él mismo con todos los gastos de la expedición. Tras pasar tres meses en Canarias, llegaron al islote de Elobey Chico, frente a la costa continental guineana, donde organizó su base de operaciones. Desde allí accedió a los ríos Muni, Bañe y Utongo, y también a la isla de Corisco. En su primera exploración, que duró 834 días, recorrió algo más de 1500 km. Tras la muerte de su hija, debida al mal sano ambiente de Elobey Chico, retornó a España en 1876.
Segunda expedición (1884)
Al calor del expansionismo colonial alentado desde Alemania, España comenzó a prestar más atención a sus territorios africanos, a fin de intentar asentar su posición y alejar a otras potencias.
En este contexto, Iradier partió hacia Guinea el 1 de agosto de 1884. Ya no estaba solo: ahora contaba con el apoyo de la Sociedad de Africanistas, quien le concedió 27.352 pesetas –muy lejos del millón solicitado- y la compañía del médico Amado Osorio. Ambos llegaron a Fernando Poó el 28 de septiembre de 1844, explorando desde allí los ríos Noya, Utamboni, Utongo, Bañe y Congoa.
La expedición fue todo un éxito, ya que además de los mapas levantados y la información recogida, se anexionó, en nombre de la Sociedad de Africanistas, casi 50.000 km2. Para ello firmaron 101 contratos de cesión de soberanía con otros tantos jefes tribales, una técnica engañosa heredada de Stanley y que se utilizó como herramienta de la expansión colonial. En noviembre de 1884, Iradier tuvo que regresar víctima de las fiebres, mientras Osorio aún se quedó hasta 1886 para continuar recabando información.
A pesar de los esfuerzos del explorador vasco, de los 300.000 km2 que correspondían a España según el Tratado de El Pardo, en la Conferencia de París de 1900 Francia y Alemania se quedaron con la mayoría del territorio, dejando a España con tan sólo 28.051 km2 –algo más de la mitad de lo obtenido por Iradier-, que hoy componen la República de Guinea Ecuatorial. España, en su papel de país empobrecido y potencia de segunda, quedaba marginada del cruel reparto del pastel africano.
Iradier murió en 1911, debido a una afección de garganta cuando trabajaba en una empresa maderera segoviana. En los últimos años se ha reivindicado su memoria, especialmente en su ciudad natal. Su libro-diario de exploración, titulado África. Viajes y trabajos de la asociación La Exploradora, es fundamental para conocer los primeros pasos de España en el Muni.
Para saber más:
– Merino, Mª.M. 2004. “Manuel Iradier”. En Ambienta. Edición digital: http://www.magrama.gob.es/ministerio/pags/Biblioteca/Revistas/pdf_AM%2FAM_2004_32_63_64.pdf
– Bolekia Boleká, J. 2003. Aproximación a la Historia de Guinea Ecuatorial. Amarú, Salamanca.
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Punt, Pwnt, Pwenet o Pwene es el nombre egipcio que recibe una tierra, aún hoy no identificada pero seguramente africana, que era conocida en el país de los faraones por su abundancia en oro, plantas aromáticas, marfil, ébano y esclavos. Muchos estudiosos han sugerido que, tanto por los productos ofrecidos como por su posible ubicación, las referencias egipcias a Punt sean los testimonios escritos más antiguos que tenemos sobre el Cuerno de África.
El debate sobre a qué región actual se corresponde la antigua Punt sigue provocando un intenso debate entre los especialistas, ya que no existen evidencias arqueológicas o documentales de la presunta cultura puntita más allá de los registros egipcios.
Las primeras referencias egipcias a Punt datan de la quinta Dinastía, cuando gobernaba el faraón Sahure. También existe una narración egipcia, datada en la época del Imperio Medio, llamada el Cuento del Náufrago, en la que se relata cómo un tripulante de un navío naufraga en una isla mágica localizada en el Mar Rojo, encontrándose con una serpiente que se hace llamar la Señora de Punt. Cuando finalmente es rescatado, la serpiente le regala productos típicamente puntitas.
La expedición de Hatshepsut
Sin embargo, la referencia más célebre a Punt la encontramos en los relieves del templo mortuorio de la reina Hatshepsut (1473 – 1458 a.C.) en Deir el-Bahari. Junto a la información escrita, ciertamente importante, estos relieves destacan porque, además, podemos contemplar los barcos empleados en la expedición y los productos que se trajeron a Egipto.
La expedición comenzó con un recorrido terrestre desde el valle del Nilo hasta el puerto de Sww (Mersa Gawasis), donde empieza el viaje en barco hacia el sur. Una vez que llegan a Punt, los expedicionarios son recibidos por el jefe puntita Parahu y su mujer Atiya, los dos únicos nativos de quienes se nos da los nombres. Además de adquirir oro, ébano y mirra a cambio de cerveza, vino, pan y carne, los egipcios también se llevaron plantas enteras de mirra para trasplantar en los jardines situados frente al templo de Deir el-Bahari, junto con ganado, babuinos, monos o pieles de leopardo.
Es especialmente importante la imagen del país de Punt que aparece en los relieves de Deir el-Bahari. El elemento dominante de la escena es el desierto, situado en el interior, quizá no demasiado lejos del poblado representado, que se haya ubicado en una zona más fértil a juzgar por los árboles y animales representados. También se aprecian grandes cantidades de reses, lo que nos indica el carácter eminentemente ganadero de este pueblo. Las viviendas de los puntitas eran cabañas con forma de horno, presumiblemente hechas de mimbre, que estaban separadas del suelo por pilotes, quizá para guarecer el ganado ahí o para protegerse de las fieras, o bien por hallarse en una zona pantanosa. Se podía acceder a las viviendas a través de escaleras.
Posteriormente se seguirán realizando transacciones comerciales entre Egipto y Punt, si bien ninguna la tengamos tan bien documentada como la de Hatshepsut. El último testimonio egipcio de una expedición a Punt data del reinado de Ramsés III, tras cuyo reinado cesan las relaciones entre ambas tierras por el comienzo de la decadencia egipcia.
La ubicación de Punt: ¿un misterio irresoluble?
Pero… ¿dónde estaba Punt? Una de las pocas certezas que tenemos es que Punt era accesible sólo por barco. Descartado el Mediterráneo, en cuyas orillas no se produce ninguno de los productos citados por las crónicas egipcias, desde Egipto sólo hay dos vías navegables que nos permitieran acercarnos a áreas donde abunden el marfil, el ébano o los babuinos: el Mar Rojo y el río Nilo.
Tras descartar también el Sur de Arabia (1) -allí no hay ébano ni marfil-, la ubicación africana de Punt es la más plausible. No se puede descartar la idea de que Punt sea, más que un lugar en concreto, el nombre que daban los egipcios a cualquier territorio que les proveyera de los productos considerados tradicionalmente “puntitas”.
Hasta hace poco, se creía que Punt se encontraba en la costa del norte somalí (2), teoría ahora desechada. El reciente análisis genético de los babuinos momificados procedentes de Punt nos confirma no sólo su origen africano, sino que estarían relacionados con poblaciones actuales de simios de las actuales Eritrea y Etiopía.
La ubicación más posible de Punt sería, pues, la costa eritrea desde, aproximadamente, el golfo de Tadjoura hasta las cercanías meridionales de la ciudad de Port Sudan (3), una región desértica pero desde la que se puede acceder con facilidad a los bienes listados por los registros egipcios. En cualquier caso, sigue sin ser un emplazamiento aceptado por todos los estudiosos.
No podemos terminar de hablar de las posibles ubicaciones de Punt sin mencionar, al menos, la teoría del profesor Fattovich, que es la única que aporta evidencias arqueológicas. Él ha excavado en diferentes puntos de la región del delta del río Gash (4), cercana a los montes Kassala, en la zona fronteriza entre Sudán y Eritrea, sacando a la luz restos de una cultura sedentaria de entre el tercer y segundo mileno antes de Cristo que mantuvo estrechos lazos comerciales con Egipto. Aunque la posibilidad de identificar a la cultura del Gash con Punt sea tentadora, es complicado relacionar su emplazamiento con los relatos de los viajes egipcios, ya que éstos normalmente accedían a Punt a través del Mar Rojo, mientras que la región del Gash es solamente accesible remontando el Nilo.
Para concluir, cabe preguntarse si alguna vez encontraremos esta mítica tierra o si no será más bien el nombre genérico que los egipcios le daban al África Subsahariana. Quizá en el futuro lo sepamos…
Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Puede escuchar el podcast aquí:
En esta ocasión, hemos cambiado el formato del programa para introducir una entrevista a Eric García Moral, historiador africanista de la Universidad de Barcelona y editor del blog Huellas de Kuma, para que nos hablase del emperador Abubakari II, quien según las fuentes árabes (Al-Umari) ordenó la construcción de una flota de doscientos barcos para que explorasen qué había más allá del Océano Atlántico. Se cuenta que sólo retornó uno de ellos, cuya tripulación narró la visión de un extraño río cuyas corrientes formaban enormes remolinos. Tras esto, el emperador ordenó la construcción de una segunda flota, aún más grande, con mil navíos de exploración y otros mil de víveres. Sin embargo, en esta ocasión Abubakari decidió participar en la expedición, de la que no retornaría nunca. ¿Fue posible esta expedición? ¿Llegaron a América o murieron todos sus miembros? ¿Qué opinan los historiadores sobre este hecho?
Recomendamos la escucha del podcast para aquellos que estén interesados en más datos sobre esta interesante figura histórica.
Para saber más
Puigserver Blasco, X y García Moral, E. «Abubakari II. El emperador que partió sobre el mar. La llegada de Mali a América, a debate». En Construcción social y cultural del poder en las Américas. Barcelona, 2015. Pp. 48-60.
A partir del 1 de enero de 2016 comenzamos una nueva andadura: el primer curso completamente online de Historia de África Subsahariana Precolonial, el cual impartiremos en el CEPOAT de la Universidad de Murcia. A continuación pasamos a indicar las características del curso. La programación puede descargarse en este enlace.
Presentación del curso
La historia del África Subsahariana es una gran desconocida entre el público español, en particular, y el europeo, en general. Por ello, consideramos necesario y útil para la sociedad la impartición del presente curso, dada la escasa oferta de formación en el área existente actualmente en el panorama académico español, a pesar de la creciente demanda de numerosos particulares e instituciones. El curso está abierto a todas aquellas personas que deseen formarse en este ámbito, si bien está especialmente enfocado a estudiantes del área de Humanidades, principalmente de los grados de Historia, Historia del Arte y Geografía, dada la estrecha relación que existe con los contenidos que estudian. Hoy por hoy, los planes de estudio de las universidades españolas apenas incluyen contenidos referidos a la historia de un continente que se halla a sólo 14 kilómetros de la península ibérica. Asimismo, creemos que este curso puede ser útil para el profesorado vinculado a las Ciencias Sociales, ya que la actual multiculturalidad existente en la sociedad y las aulas españolas hace deseable que conozcan los rudimentos de la rica historia africana.
Datos básicos
Profesor: Mario Lozano Alonso
Modalidad de la actividad: VIRTUAL
ECTS: 3 créditos (equivale a 75 horas)
Número de alumnos: mínimo 10 / máximo 12
Precios públicos: 60 €
Plazo de matrícula: del 1/12/2015 al 26/12/2015
Plazo de solicitud de beca: del 1/12/2015 al 26/12/2015
Lugar de presentación de matrícula on line: CASIOPEA
Email de contacto: cepoat@um.es
Teléfono de información: 666125197 — 0034 868883890
Destinatarios
Profesionales y estudiantes de Historia, Arqueología, filología, alumnos y profesionales de licenciaturas y diplomaturas relacionadas, así como cualquier personas interesadas en el tema.
Temario
1 – Introducción y geografía.
1.1. Justificación del curso. 1.2. Geografía de África. 1.3. El estudio del pasado del África Subsahariana: una visión general.
2 – Nubia: de Kerma a los reinos coptos.
2.1. El medio geográfico. 2.2. Primeras culturas y el reino de Kerma. 2.3. El reino de Kush. 2.4. Los reinos coptos hasta la conquista mameluca
3 – De Aksum a Etiopía: el Cuerno de África.
3.1. Antes de Aksum: los sabeos y D’mt. 3.2. El reino de Aksum. 3.3. La época oscura y los Zagwe. 3.4. El imperio salomónida. 3.5. Los somalíes: nómadas y marineros..
4 – Los imperios sahelianos (I): Ghana y Malí.
4.1. El sahel: un ecosistema único y extremadamente frágil. 4.2. Formación y desarrollo del imperio de Ghana. 4.3. Los Nok. 4.4. El imperio Malí. 4.5. Entrada y desarrollo del Islam en la región.
5 – Los imperios sahelianos (II): Songhai.
5.1. Songhai, el imperio de los askia. 5.2. La conquista marroquí de Songhai. 5. Kanem Bornu, los señores del lago Chad. 5. Las ciudades-estado hausa.
6 – Culturas de la selva del Golfo de Guinea
6.1. El medio geográfico. 6.2. Los akan y el imperio Asante. 6.3. Las ciudades yoruba. 6.4. La ciudad de Benín. 6.5. El reino de Dahomey.
7 – El reino de Congo.
7.1. El reino de Congo. 7.2. Los reinos de Tio, Loango y Ndongo. 7.3. El sistema político luba y lunda.
8 – Las ciudades-estado swahili.
8.1. La costa de Azania y el mundo mediterráneo en la Antigedad. 8.2. Los swahili: marineros y comerciantes. 8.3. Las ciudades swahili y su desarrollo histórico.
9 – El Gran Zimbabwe y el África Austral.
9.1. El Gran Zimbabwe: una cultura minera y comercial. 9.2. El Imperio Monomotapa. 9.3. Otras culturas del África Austral.
10 – Madagascar.
10.1. Introducción geográfica. 10.2. Los orígenes de los malgaches. 10.3. Primeros estados. 10.4. La unificación del reino de Merina
Observaciones
Para la realización de los curso hay que inscribirse y/o matricularse a través de la plataforma CASIOPEA, así como crear una cuenta para el Aula Virtual del CEPOAT a través de el área de registro de nuevo usuario: http://www.um.es/cepoat/aula/login/signup.php
Para el pago se requiere seguir los siguientes pasos:
Una vez formalizada la matrícula en CASIOPEA podrá realizar el pago mediante tarjeta de crédito, banca electrónica, recibo en Ventanilla y transferencia.
– El pago con tarjeta se realiza con el acceso desde la misma matrícula en CASIOPEA.
– El pago mediante banca electrónica deberá realizarse mediante la introducción de los datos del recibo obtenido en CASIOPEA. Son: Emisora – sufijo, Referencia, Identificación, Importe.
– El pago en ventanilla o pago en efectivo deberá realizarse mediante la personalización en alguna de las sucursales que tienen acuerdo con la universidad de Murcia, es decir, Santander, CajaMurcia, CAM y CajaMar.
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Concepto: «RECIBO: (Indicar los 13 dígitos que tiene la referencia del recibo)» y dirigirla a la siguiente cuenta: ENTIDAD BANCARIA: Cajamar CUENTA: 3058 0361 36 2731000038
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