Cultura etíope y eritrea

Categoría: Amhara

Diario de un viaje por Etiopía – Lalibela, la Jerusalén etíope (VII)

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El vuelo desde Aksum a Lalibela apenas dura media hora. Un ahorro más que notable en tiempo si calculamos que en autobús público podemos tardar entre día y medio y  dos días. El aeropuerto está lejos de la ciudad, a 11 unos km por una carretera en construcción que hace que el trayecto dure casi tres cuartos de hora. Sin embargo, el paisaje de las montañas de Werwer –la región en la que se enclava Lalibela- es tan absolutamente espectacular que el tiempo pasa volando y, casi sin darnos cuenta, pronto entramos en esta ciudad que, más bien, parece una aldea colgada de las montañas.

Y es que Lalibela tiene unos 20.000 habitantes desparramados por las verdes colinas que rodean al que, con seguridad, es el conjunto arquitectónico más importante y visitado del país. Las calles, que en realidad se reducen a unas pocas, serpentean siguiendo las curvas de nivel de las montañas, lo que aumenta la sensación de estar en un pueblo grande más que en una ciudad. Pero conviene no subestimar el tamaño de Lalibela: siempre vamos a caminar en cuesta y, aunque las distancias parezcan cortas, algunos puntos de interés están muy lejos unos de otros. Escogimos un hotel situado en uno de los extremos de la ciudad para disfrutar de las vistas de las montañas. Aunque se acaba pagando un poco más que en otro tipo de alojamiento, merece la pena desayunar observando los espectaculares quebrantahuesos que sobrevuelan el paisaje.

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Vista desde el hotel.

Lalibela, capital de la dinastía de los Zagwe

Los orígenes de la ciudad de Lalibela se pierden en las tinieblas de la historia. La tradición dice que la fundó el rey Gebre Meskel Lalibela en el siglo XII, pero la arqueología indica que el asentamiento humano es anterior. Su primer nombre, Roha, probablemente proceda del nombre siriaco de la ciudad de Edesa, ?????? Urh?y, conquistada en el siglo XII por los musulmanes. Lalibela, como miembro de la dinastía de los Zagwe, de etnia agaw, era considerado por los semitas etíopes un usurpador de la verdadera monarquía aksumita. Por ello quiso ganarse el corazón de sus súbditos respaldando la construcción de espectaculares iglesias. ¿Qué mejor manera de legitimarse en el poder que siendo el mayor valedor de la fe?

La leyenda cuenta que, tras la conquista de Jerusalén en 1187, un ángel le mostró en sueños al rey Lalibela el lugar donde había nacido, pidiéndole que construyese allí una réplica de la ciudad santa. Se dice que, mientras los obreros del rey trabajaban de día, un equipo de ángeles lo hacía de noche, terminándola en 23 años. La importancia de Lalibela como Nueva Jerusalén se refuerza por los muchos topónimos de la zona que fueron rebautizados: así, el arroyo que la atraviesa se llama Yordanos (Jordán), y también encontramos un Monte de los Olivos y un Gólgota, entre otros. Actualmente, es el centro de peregrinación más importante del país, por encima de Aksum, ya que se considera que los beneficios espirituales al visitarla son los mismos que se reciben al ir a Tierra Santa.

Las iglesias de Lalibela. Complejo Norte

La construcción de iglesias excavadas en la roca data de época aksumita, pudiendo encontrarse muchos ejemplos en prácticamente toda la región central del altiplano etíope. Sin embargo, en ningún otro lugar de Etiopía se concentran tantas y de una calidad artística tan remarcable.

Excavadas en escoria de basalto, son 11 iglesias de las cuales cuatro están completamente separadas de la roca madre por fosos, mientras las demás forman complejos hipogeos conectados por trincheras y galerías. Aunque no hay acuerdo sobre la cronología exacta, se cree que se construyeron entre los siglos XII y XIII, empleándose a miles de trabajadores para su construcción. Los diferentes estilos indican un dilatado trabajo en el tiempo, mucho mayor que los 23 años de la leyenda.

Los templos se concentran en tres grupos: el primero, situado al norte, de evidente origen religioso; el sureste, que por sus extrañas formas y fosos algunos sugieren que pudo ser en origen un recinto palaciego; y, por último, la solitaria iglesia de Bete Giyorgis.

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La primera concentración de iglesias monolíticas se organiza a partir de un eje monumental compuesto por las iglesias de Medhane Alem y Bete Maryam. Ésta, de planta rectangular y con tres gráciles pórticos de acceso, ocupa el centro del patio alrededor del cual se organizan el resto de templos. En los flancos del patio se hallan las iglesias de Bete Dengel (Casa de las Vírgenes) y Bete Meskel (Casa de la Cruz). A través de un pasadizo podemos acceder a la mayor de todas: se trata de la espectacular Medhane Alem (Salvador del Mundo) que, rodeada por 30 pilares, cuenta con 33 metros por 23 de ancho y 11 de alturas. Dentro, se organiza en cinco naves gracias a 16 pilares unidos entre sí mediante arcos de medio punto. La escasa luz que entra por las pequeñas ventanas de estilo aksumita permite crea un ambiente de recogimiento idóneo para la oración.

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Al sur del patio de Bete Maryam, podemos acceder al último templo que nos queda por conocer de este complejo: se trata de Bete Golgotah-Mikael-Selassie, donde yacen los restos del emperador Lalibela. En realidad, se tratan de tres estancias comunicadas entre sí. La primera, Debre Sina, está dividida por ocho pilares cruciformes. De ahí pasamos al espacio Lalibela-Mikael, en cuyo Sancta Sanctorum –inaccesible- se encuentra la tumba de Lalibela. Destacan los relieves de santos que ocupan los grandes nichos de la capilla. Esta parte está vetada a las mujeres, por desgracia. La última capilla es la cripta de Selassie, con sus tres altares monolíticos.

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Complejo Sureste y Bete Giyorgis

El complejo sureste es el que ofrece mayores dudas a los arqueólogos sobre cuál pudo ser su función original, ya que algunos autores sugieren que pudo ser el área palatina de los Zagwe. La idea se refuerza en la zona de entrada al complejo: la fachada de la iglesia doble de Gabriel y Rafael, precedida por un profundo foso y sus nichos de arcos apuntados, parece más la entrada monumental de un edificio civil que un templo. Cerca de estas dos iglesias se halla la de Bethlehem, posible horno de cocción del pan de comulgar (Bet lehem significa en hebreo casa del pan) o eremitorio real.

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Entrada por la iglesia doble de Bete Gabriel Rafael.

La idea de una posible función palaciega se refuerza al entrar en Bete Merkorios, una gran sala hipóstila que pudo funcionar como sala de audiencia real. Ahí pudimos escuchar a un grupo de sacerdotes cantando en ge’ez, la lengua litúrgica del cristianismo etíope. Una experiencia inolvidable.

En el centro de un patio excavado en la roca, se erige Bete Emmanuel. Posible capilla palatina para uso exclusivo de la familia real, la influencia de la arquitectura aksumita es palpable en cada rincón del templo. Una vez en el interior, conviene fijarse en los detalles decorativos.

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Fachada de Bete Emmanuel.

La última iglesia de este complejo es Bete Libanos, accesible tras pasar por un curioso conjunto de escaleras y fosos, y construida en el interior de una cueva como si fuera el gran pilar que sostiene la bóveda. La decoración exterior es sencilla pero sublime: dividida por cinco pilares, hay tres ventanas de arcos apuntados, cuatro ventanas cruciformes y una pequeña puerta de acceso. Merece la pena contemplar el interior, con su nave central más elevada y su decoración.

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Acceso a Bete Libanos.

Bete Giyorgis es, sin duda, la joya de Lalibela. Se trata de la iglesia más tardía del conjunto y, quizá por ello, la más refinada de todas en cuanto a su calidad artística. Ubicada en el medio de un foso cuadrangular, tiene una inusual planta de cruz griega que le da un aire de torreón. Elevada sobre un falso podio de 3 escalones, sus doce lados cuentan cada uno con una ventana ojival con decoración vegetal. Su interior, aunque más modesto que otros, muestra una elegante sobriedad.

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Bete Giyorgis, la más célebre de las iglesias de Lalibela.

Para terminar nuestra visita a la ciudad, recomiendo parar a comer en el restaurante Ben Abeba. De estrambótica arquitectura, sus terrazas suspendidas ofrecen unas espectaculares vistas de los valles de Werwer. Además, los camareros que lo atienden son muy simpáticos y la comida, excelente.

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Vista desde una de las terrazas-miradores de Ben Abeba.

Yemrehane Krestos

A unos 42 kilómetros de Lalibela podemos visitar la fantástica iglesia de Yemrehane Krestos, construida en el interior de una cueva. El trayecto desde Lalibela dura hora y media (la carretera está en construcción) hasta el pueblo del mismo nombre, desde donde hay que dejar el coche para proceder a la ascensión hacia el templo mediante una escalera recientemente construida. El paseo es muy grato ya que atravesamos un bosque de juníperos y, si se tiene la suerte de visitarlo en temporada de lluvias, a la entrada de la cueva veremos caer una cascada.

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Aunque la tradición dice que la construyó a mediados del siglo XII el rey homónimo, lo más probable es que se edificase a mediados del XIII. Su exterior alterna franjas de enlucido blanco con otras de vigas de madera. Su apariencia exterior es, a juicio de los especialistas, el más claro ejemplo de pervivencia de la arquitectura tradicional aksumita en época tardía. Cuenta con 26 ventanas, cada una de ellas diferente. Su planta es basilical, con cuatro pilares que organizan el espacio en tres naves. En la central encontramos un espectacular artesonado de madera. Las cubiertas del interior son planas, no abovedadas, siendo las nueve diferentes. El santuario de la iglesia, orientado hacia el este, está cubierto por una cúpula. La decoración interior del templo es magnífica, con numerosos motivos entrelazados, destacando los motivos cruciformes de los intradós de los arcos.

Detrás del templo, en lo más hondo de la cueva, encontraremos los macabros restos de los miles de cadáveres de peregrinos que escogieron este lugar como el de su eterno descanso. Cerca de ellos veremos la tumba del propio rey Yemrehane.

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Fachada de Yemrehane Krestos.

En la comarca circundante de Lalibela hay muchas iglesias excavadas en la roca o construidas en el interior de cuevas. Quienes deseen conocerlas conviene que contraten algún servicio de coche y guía en la propia Lalibela. La más cercana es la de Na’akueto La’ab, ubicada cerca de la carretera del aeropuerto, y es famosa porque en ella yacen los restos del santo rey homónimo, sobrino y sucesor de Lalibela. Similar en estilo constructivo a las iglesias rupestres de Lalibela es la iglesia de Gennata Maryam, construida, según la tradición, por Yekuno Amlak, fundador de la dinastía Salomónida en 1270.

Para concluir, creo sinceramente que ningún relato o fotografía hace justicia a la grandiosa belleza de Lalibela; es más, es necesario experimentarla, estar allí y ver cómo naturaleza y obra del hombre forman un conjunto tan espectacular. No en vano, quiero hacer mías las palabras del portugués Francisco Álvares, uno de los primeros europeos que contempló estas maravillosas iglesias en la lejana década de 1520:

Enfádome de escribir más sobre estas obras [las iglesias], porque me parece que no me creerán si escribo más y porque, a lo que he escrito, me podrán tachar de no ser verdad, por tanto juro por Dios en cuyo poder estoy que todo lo escrito es verdad y mucho más de lo que vi y dejé para que no me tachasen de mentiroso. Francisco Álvares. Verdadeira informação das terras do Preste João das Índias. Lisboa, 1943.

Diario de un viaje por Etiopía – Gondar (2ª parte), Montañas Simien y Gorgora (V)

Baños de Fasiladas, Gondar.

Continuamos nuestro recorrido por Etiopía en el tercer episodio de nuestro diario de viaje. El original se publicó el 25 de septiembre en el diario digital leonés ileon.com. Todas las fotos y vídeos han sido tomados para este blog.

Los baños de Fasiladas y el palacio de Kuskuam

Hacia el oeste del centro urbano de Gondar encontramos los Baños de Fasiladas, una construcción curiosa a los ojos del europeo. Se trata de un pabellón almenado elevado por varios arcos en medio de un estanque. Accesible a través de un puente de dos arcos, parece un pequeño castillo con sus ventanas de ladrillo rojo y sus balcones.

Aunque hoy se utiliza casi exclusivamente para las ceremonias religiosas del Timkat, en origen su uso era mucho más lúdico y profano. Cerca de Gondar, en Azazo, el emperador Susenyos hizo construir un pabellón en un estanque muy similar al de Gondar, aunque anterior. Hoy sólo quedan sus cimientos, pero las crónicas dicen que lo construyeron los jesuitas –de nuevo la alargada sombra de Páez y sus camaradas- para que el emperador pudiera deleitarse desde el balcón observando cómo sus súbditos navegaban por el estanque a bordo de pequeñas tankwas. El lugar, apartado del ajetreo urbano, tiene un ambiente especial que lo convierte en uno de los monumentos más bonitos de la ciudad.

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Las elegantes ruinas de la sala de recepción de la reina Mentewab, en Kuskuam.

El palacio de Kuskuam se ubica en una colina a poniente, ya a las afueras de Gondar. El paseo hasta allí bien vale la pena, ya que atravesamos un área de transición entre la ciudad y el campo. Por su belleza, se entiende que fuese el lugar favorito de la reina Mentewab, quien ordenó construir un palacio para retirarse del mundanal ruido. La iglesia original, que debió albergar impresionantes pinturas del Segundo Estilo Gondarino, fue destruida por los mahdistas sudaneses en 1888 y reconstruida por Haile Selassie ya en el siglo XX. El resto del complejo, compuesto por el palacio de retiro de la reina, nunca fue reconstruido, formando una especie de pequeño Fasil Ghebbi. Aún hoy puede verse la fachada de la sala de recepciones, los restos del área de baños y el oratorio que usaba la reina cuando, por la restricción eclesiástica etíope, no podía entrar en la iglesia durante la menstruación. En el pequeño museo del complejo se conservan, en un minúsculo ataúd acristalado, los esqueletos de Mentewab, su hijo Iyasu II y su nieto Iyoas.

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Piazza, el centro urbano de Gondar, presidida por la estatua del emperador Tewodros.

Por último, no quiero dejar de hablar del agradable barrio de Piazza, el centro urbano, construido durante la ocupación italiana. Lleno de edificios racionalistas, tan al gusto del Fascismo, algunos son ciertamente valiosos, como la oficina de correos, que preside la plaza principal. Justo enfrente se encuentra el Ethiopia Hotel, con un bar de indudable sabor italiano.

El pueblo judío

A unos pocos kilómetros al norte de Gondar se encuentra el pueblo de Wolleka, uno de los muchos antiguamente habitados por los falashas, los poco apreciados judíos etíopes. Estos hebreos, que se autodenominan Beta Israel (Casa de Israel), huyeron de siglos de marginación en los 80 tras cruzar en durísimas condiciones –muchos murieron- la frontera sudanesa y embarcarse en aviones rumbo a Israel, donde hoy viven en su mayoría. Sus vecinos cristianos consideraban que eran buda, portadores del mal de ojo, evitando entrar en contacto con ellos y permitiéndoles trabajar sólo en ciertos trabajos artesanos (herreros, tejedores, etc.).

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Exterior de la sinagoga de Wolleka, a las afueras de Gondar.

Hoy en los poblados apenas quedan vestigios de su presencia. Tan sólo en éste de Wolleka existe un mercadillo de productos presuntamente judíos, ubicado estratégicamente en la carretera, y un modesto edificio de barro que sirvió de sinagoga. Lo único que lo distingue es la tosca estrella de David que lo corona, ya que en su interior sólo el banco corrido de la pared parece indicar un cierto uso ritual.

Las montañas Simien

El espectacular paisaje de las montañas Simien es tan escarpado que tradicionalmente ha sido refugio de fugitivos. En la edad media se formó en ellas el reino de los Gedeones, una formación política judía que fue conquistada en el siglo XVII.

Un consejo: si puedes, visítalas cuando no sea la estación de lluvias, ya que nosotros lo hicimos en esa época y la niebla nos aguó la experiencia. Al ser tan cerrada que apenas se puede ver nada a diez metros, impide divisar las afiladas formas de los picos, de los cuales varios están por encima de los 4.000 metros, los espectaculares valles, gargantas y la catarata de Jinbar, que se desploma a más de 500 m. De los tres días que, en origen, habíamos reservado para acampar en ellas y hacer rutas de senderismo, al final se quedaron en uno solo debido al mal tiempo.

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Una colonia de babuínos Gelada. Y la sempiterna niebla…

Pero, si sólo se puede visitar las Simien en la estación lluviosa, no pasa nada. Con un día puede ser suficiente para, desde Gondar, contratar un viaje guiado. Tras la hora y media que se tarda en llegar a Debark, principal ciudad de la zona, en la oficina del parque nacional podemos comprar la entrada y contratar la seguridad que, según los funcionarios, es importantísima (aunque opcional). Desde la ciudad comienza la pista de grava que lleva a las montañas.

Debido a la forma alargada del parque nacional, la carretera principal nunca queda demasiado alejada de los senderos que tomaremos para explorar el área. De vez en cuando, es fácil encontrarse con babuinos gelada, una especie que sólo vive en las Simien. Aunque nos podemos acercar mucho a ellos, es mejor no intentar tocarles –pueden morder- y, por supuesto, no darles nada de comer. Otras especies del parque son más esquivas, como los preciosos lobos etíopes –más parecidos a un zorro-, o las cabras montesas walia.

En la estación seca se puede disfrutar mejor de estas montañas. Muchas empresas organizan rutas de senderismo de varios días que pueden acabar con el ascenso al Ras Dashen, el pico más alto del país (4.550 m.), e incluso, si hay tiempo y ganas, llegar a Lalibela.

Restos de la iglesia jesuítica de Gorgora Nova. Foto: Víctor M. Fernández.

La península de Gorgora

Gorgora, la bonita península al norte del Lago Tana, es un nuevo destino turístico al alza en el norte etíope. Gracias a la construcción de una nueva carretera que la unirá con Gondar, es de esperar que el tiempo de viaje baje de la hora y media que ahora suponen los 66 km. Además, se están construyendo nuevos hoteles que permitirán aumentar y mejorar notablemente la escasa oferta existente. Se puede llegar al lugar en minibús desde Gondar, o contratando un vehículo privado, la opción más cara.

Pero, ¿y qué hay que visitar allí? Nada menos que los restos de Gorgora Nova (Maryam Ghimb), un complejo palacial y misional construido por los jesuitas de Pedro Páez para el emperador Susenyos. Accesible tras una larga caminata de unas cuatro horas o en bote desde Gorgora –la opción más rápida, una hora larga de trayecto-, se ubica soberbio en una península que se adentra en el lago Tana. Los restos de la iglesia (1618-1621), de un estilo jesuítico claro, aún muestran detalles arquitectónicos de origen peninsular. A su lado, menos espectaculares, yacen las ruinas del complejo palaciego y residencia jesuita. El propio Páez describe el palacio así:

“Pero el emperador Seltán Zegued [nombre de coronación de Susenyos] hace, en una península de la laguna de Dambiá [el lago Tana], a la que ellos llaman mar, unos palacios hermosos de piedra blanca bien labrada, con sus aposentos y salas; la de arriba tiene cincuenta palmos de largo, veintiocho de ancho y veinte de alto, que por ser allí muy fuerte el viento en invierno y la casa de abajo también ser alta, no la levantaron más. Sobre la puerta principal tiene una balconada grande y hermosa, y en los flancos, dos más pequeñas con muy buena vista. La madera casi toda es de cedro, muy hermosa; y las salas y un aposento de arriba, donde duerme el emperador, con muchas pinturas de varios colores. Es de terrado encalado, y el parapeto alrededor con columnas muy hermosas, y sobre sus capiteles, bolas grandes de la misma piedra, pero en las columnas de las cuatro esquinas, bolas de cobre dorado con hermosos remates. Sobre la escalera, por la que se sube al terrado, se levanta otra casa pequeña con tres ventanas grandes, que le sirve de mirador, porque además de estar la casa situada en lo más alto de la península, que es grande, tiene sesenta palmos de alto; y así toda la ciudad, que también hizo nueva, le queda debajo […]”. Páez, P., Historia de Etiopía. Libro I, pág. 256. Edición en español publicada en 2014 por Ediciones del Viento (A Coruña).

Hay otros restos de la presencia jesuita en Gorgora, aunque menos impresionantes. Cerca, en la cima más alta de la península, se encuentra el Faro de Mussolini, construido por los italianos en 1938 para conmemorar su victoria. El objetivo era que proyectase una luz visible desde Bahir Dar, al otro lado del lago, pero tras la liberación del país permanece en desuso, aunque desde él se tienen unas vistas espléndidas del Tana. El lugar aparece en películas del cine etíope como Teza.

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