Vista aérea de un poblado fortificado konso. Fuente: Informe UNESCO.
Este artículo ha sido elaborado para la sección La Biblioteca de Tombuctú del programa de radio Tras las Huellas del Tiempo. Puede escuchar el podcast aquí:
Las áridas Tierras Altas del distrito (woreda) de Konso, al sur de Etiopía, han obligado a sus habitantes a agudizar el ingenio para sobrevivir en un entorno ciertamente hostil. Durante veintiuna generaciones -cuatro siglos- sus habitantes, el pueblo konso, han transformado el abrupto paisaje montañoso para aterrazarlo y así conseguir un espacio de cultivo óptimo. También existen pequeños poblados fortificados, evidente muestra de su maestría en el trabajo de la piedra, que unen sin emplear mortero.
El visitante que llega por primera vez a tierras konso queda impresionado, ya que no espera encontrar tal cantidad de construcciones de piedra en la zona sur de Etiopía: ¿acaso no son más propias de las «civilizadas» etnias del norte y este del país (tigriñas, amharas, hararis, etc.)? ¿No es el sur de Etiopía el hogar de algunas de las últimas tribus «vírgenes», que han mantenido sus tradiciones intactas durante siglos? Y, sin embargo, ante sus ojos se muestra una compleja red de terrazas, estanques y poblados fortificados que nos hablan de una cohesión social inusitada, máxime si tenemos en cuenta que no existe entre los konso figura alguna de autoridad que distribuya las labores y decida qué construir, sino que todo se debe a la cooperación interclánica.
Los orígenes de los konso
La procedencia del pueblo konso es aún objeto de disputa entre los estudiosos. Si bien es cierto que por su habla se les clasifica como una etnia cushítica, próxima a los sidamo, lo más probable es que en origen fuesen una mezcla de los diferentes grupos étnicos que les rodean. Sea como fuere, su respuesta a los desafíos de su entorno ha generado una cultura única en toda la región, la cual fue declarada en su conjunto como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en 2011.
Niño jugando en un poblado Konso. Fuente: Wikipedia.
A pesar de que hoy son parte de Etiopía, se trata de un hecho relativamente reciente, ya que no será hasta finales del siglo XIX cuando Menelik II expanda las fronteras de su imperio a expensas de los pueblos del sur, sometiendo a los konso. Gracias a la nueva administración etíope de 1995, los konso habitan su propio woreda dentro de la región de Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur.
Los aproximadamente 280.000 konso habitan un área de 2354 km2 . Se dividen en nueve clanes donde las decisiones se toman colectivamente, si bien existe un consejo de ancianos. La compleja estructura social se basa en la pertenencia a una determinada generación y a una warda, esto es, a un grupo de descendientes de una familia. Sus miembros viven en poblados fortificados (paletas), y comparten las labores de mantenimiento de los estanques de agua (harda) y las terrazas. Los ancianos siguen durmiendo en las casas comunales-culturales (llamadas moras) como durante generaciones hicieron sus antepasados, mientras el resto de los habitantes del poblado vive en su propio espacio (warda), previamente asignado comunalmente.
Aunque no existe la figura del jefe, sí que hay un jefe ritual (Poqola) que habita en los bosques sagrados. El jefe ritual se encarga de ejecutar los numerosos rituales que buscan preservar el equilibrio que los konso han alcanzado con la naturaleza, además de servir de árbitro en las posibles disputas entre clanes. Existen tres bosques sagrados o Poquolas, Kala, Kamale y Kufa, cada uno con su propio Poqola, quien los posee y tiene el privilegio de ser enterrado con su familia en ellos.
Poblado fortificado konso. Fuente: Informe UNESCO.
Poblados fortificados
Los asentamientos konso se ubican generalmente en puntos elevados desde los que se puede controlar el terreno circundante. La construcción de murallas se debe a la presencia de animales salvajes y por el miedo a las expediciones de saqueo de grupos de oromos. Rodeados por entre una y seis líneas de muros que pueden alcanzar los cuatro metros de altura, justo enfrente de ellos se planta una alameda de euphorbias y cactáceas lo suficientemente espesa para que sirva de línea de defensa adicional, además de proveer de leña y servir de letrina comunal. Fuera de las murallas quedan los enterramientos y otras estructuras más modernas como las escuelas o los centros de salud, mientras dentro se encuentran los moras y hardas.
Superficie aterrazada. Fuente: Informe UNESCO.
Terrazas y estanques de piedra
La gestión del agua se ha vuelto una prioridad en una zona donde la pendiente de las montañas facilita su evacuación y la erosión de los suelos. Por ello, durante generaciones se procedió al aterrazamiento de una vasta extensión de terreno en el que los muros de contención forman trazos sinuosos y paralelos al adaptarse a las curvas de nivel. En ellas se planta fundamentalmente maíz y mijo africano, aunque también se siembran otros cultivos complementarios como soja, algodón, khat, moringa o café.
Harda. Fuente: Informe UNESCO.
Especialmente importantes son los harda, grandes estanques forrados de piedra construidos en emplazamientos donde el agua de lluvia pueda ser fácilmente retenida. Su función es la provisión de agua para el ganado. En su construcción y mantenimiento interviene toda la comunidad.
Daga-hela
Cada siete u once años, los konso erigen estelas de piedra para conmemorar el traspaso de poder de una generación a otra. Cada una de estas estelas, de forma cuadrada y unos 3 metros de alto, se denomina Daga-hela, y para su erección se sigue un proceso ritual que dura dos meses. Las generaciones que hayan participado en la extinción de un incendio o en la protección de un poblado tienen el honor de erigir la estela cerca de su mora, mientras que las que no hayan hecho nada notable han de ubicarla fuera del asentamiento.
Waka de hombre y mujer. Fuente: Informe UNESCO.
El enterramiento: los waka
Otro de los elementos distintivos de los konso es su sistema de enterramiento. Los cementerios se instalan siempre fuera de los recintos amurallados, aunque anteriormente se ubicaron dentro.
En una sociedad eminentemente colaborativa, la conmemoración de los miembros más destacados cobra especial importancia. Los konso homenajean a sus antepasados gloriosos con el honor de erigir sobre sus tumbas una Waka, que es una representación del difunto tallada en madera de junípero. En este caso no hay discriminación por sexos, existiendo wakas masculinas y femeninas.
Al fallecer un jefe ritual, es momificado en un laborioso proceso que puede durar hasta nueve años. El resto de la población es enterrado de manera más modesta, con una estela (Daga-diruma) indicando el emplazamiento de la tumba.
Para concluir, la excepcionalidad del pueblo konso no sólo radica en la riqueza de su tradición cultural, sino en cómo aún hoy, en pleno siglo XXI y ante la amenaza de la globalización, siguen manteniéndola intacta. Esperemos que sean capaces de mantenerla, por lo menos, otros cuatrocientos años más.
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