Cultura etíope y eritrea

Autor: Mario Lozano Alonso (Página 7 de 8)

Diario de un viaje por Etiopía – Lalibela, la Jerusalén etíope (VII)

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El vuelo desde Aksum a Lalibela apenas dura media hora. Un ahorro más que notable en tiempo si calculamos que en autobús público podemos tardar entre día y medio y  dos días. El aeropuerto está lejos de la ciudad, a 11 unos km por una carretera en construcción que hace que el trayecto dure casi tres cuartos de hora. Sin embargo, el paisaje de las montañas de Werwer –la región en la que se enclava Lalibela- es tan absolutamente espectacular que el tiempo pasa volando y, casi sin darnos cuenta, pronto entramos en esta ciudad que, más bien, parece una aldea colgada de las montañas.

Y es que Lalibela tiene unos 20.000 habitantes desparramados por las verdes colinas que rodean al que, con seguridad, es el conjunto arquitectónico más importante y visitado del país. Las calles, que en realidad se reducen a unas pocas, serpentean siguiendo las curvas de nivel de las montañas, lo que aumenta la sensación de estar en un pueblo grande más que en una ciudad. Pero conviene no subestimar el tamaño de Lalibela: siempre vamos a caminar en cuesta y, aunque las distancias parezcan cortas, algunos puntos de interés están muy lejos unos de otros. Escogimos un hotel situado en uno de los extremos de la ciudad para disfrutar de las vistas de las montañas. Aunque se acaba pagando un poco más que en otro tipo de alojamiento, merece la pena desayunar observando los espectaculares quebrantahuesos que sobrevuelan el paisaje.

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Vista desde el hotel.

Lalibela, capital de la dinastía de los Zagwe

Los orígenes de la ciudad de Lalibela se pierden en las tinieblas de la historia. La tradición dice que la fundó el rey Gebre Meskel Lalibela en el siglo XII, pero la arqueología indica que el asentamiento humano es anterior. Su primer nombre, Roha, probablemente proceda del nombre siriaco de la ciudad de Edesa, ?????? Urh?y, conquistada en el siglo XII por los musulmanes. Lalibela, como miembro de la dinastía de los Zagwe, de etnia agaw, era considerado por los semitas etíopes un usurpador de la verdadera monarquía aksumita. Por ello quiso ganarse el corazón de sus súbditos respaldando la construcción de espectaculares iglesias. ¿Qué mejor manera de legitimarse en el poder que siendo el mayor valedor de la fe?

La leyenda cuenta que, tras la conquista de Jerusalén en 1187, un ángel le mostró en sueños al rey Lalibela el lugar donde había nacido, pidiéndole que construyese allí una réplica de la ciudad santa. Se dice que, mientras los obreros del rey trabajaban de día, un equipo de ángeles lo hacía de noche, terminándola en 23 años. La importancia de Lalibela como Nueva Jerusalén se refuerza por los muchos topónimos de la zona que fueron rebautizados: así, el arroyo que la atraviesa se llama Yordanos (Jordán), y también encontramos un Monte de los Olivos y un Gólgota, entre otros. Actualmente, es el centro de peregrinación más importante del país, por encima de Aksum, ya que se considera que los beneficios espirituales al visitarla son los mismos que se reciben al ir a Tierra Santa.

Las iglesias de Lalibela. Complejo Norte

La construcción de iglesias excavadas en la roca data de época aksumita, pudiendo encontrarse muchos ejemplos en prácticamente toda la región central del altiplano etíope. Sin embargo, en ningún otro lugar de Etiopía se concentran tantas y de una calidad artística tan remarcable.

Excavadas en escoria de basalto, son 11 iglesias de las cuales cuatro están completamente separadas de la roca madre por fosos, mientras las demás forman complejos hipogeos conectados por trincheras y galerías. Aunque no hay acuerdo sobre la cronología exacta, se cree que se construyeron entre los siglos XII y XIII, empleándose a miles de trabajadores para su construcción. Los diferentes estilos indican un dilatado trabajo en el tiempo, mucho mayor que los 23 años de la leyenda.

Los templos se concentran en tres grupos: el primero, situado al norte, de evidente origen religioso; el sureste, que por sus extrañas formas y fosos algunos sugieren que pudo ser en origen un recinto palaciego; y, por último, la solitaria iglesia de Bete Giyorgis.

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La primera concentración de iglesias monolíticas se organiza a partir de un eje monumental compuesto por las iglesias de Medhane Alem y Bete Maryam. Ésta, de planta rectangular y con tres gráciles pórticos de acceso, ocupa el centro del patio alrededor del cual se organizan el resto de templos. En los flancos del patio se hallan las iglesias de Bete Dengel (Casa de las Vírgenes) y Bete Meskel (Casa de la Cruz). A través de un pasadizo podemos acceder a la mayor de todas: se trata de la espectacular Medhane Alem (Salvador del Mundo) que, rodeada por 30 pilares, cuenta con 33 metros por 23 de ancho y 11 de alturas. Dentro, se organiza en cinco naves gracias a 16 pilares unidos entre sí mediante arcos de medio punto. La escasa luz que entra por las pequeñas ventanas de estilo aksumita permite crea un ambiente de recogimiento idóneo para la oración.

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Al sur del patio de Bete Maryam, podemos acceder al último templo que nos queda por conocer de este complejo: se trata de Bete Golgotah-Mikael-Selassie, donde yacen los restos del emperador Lalibela. En realidad, se tratan de tres estancias comunicadas entre sí. La primera, Debre Sina, está dividida por ocho pilares cruciformes. De ahí pasamos al espacio Lalibela-Mikael, en cuyo Sancta Sanctorum –inaccesible- se encuentra la tumba de Lalibela. Destacan los relieves de santos que ocupan los grandes nichos de la capilla. Esta parte está vetada a las mujeres, por desgracia. La última capilla es la cripta de Selassie, con sus tres altares monolíticos.

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Complejo Sureste y Bete Giyorgis

El complejo sureste es el que ofrece mayores dudas a los arqueólogos sobre cuál pudo ser su función original, ya que algunos autores sugieren que pudo ser el área palatina de los Zagwe. La idea se refuerza en la zona de entrada al complejo: la fachada de la iglesia doble de Gabriel y Rafael, precedida por un profundo foso y sus nichos de arcos apuntados, parece más la entrada monumental de un edificio civil que un templo. Cerca de estas dos iglesias se halla la de Bethlehem, posible horno de cocción del pan de comulgar (Bet lehem significa en hebreo casa del pan) o eremitorio real.

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Entrada por la iglesia doble de Bete Gabriel Rafael.

La idea de una posible función palaciega se refuerza al entrar en Bete Merkorios, una gran sala hipóstila que pudo funcionar como sala de audiencia real. Ahí pudimos escuchar a un grupo de sacerdotes cantando en ge’ez, la lengua litúrgica del cristianismo etíope. Una experiencia inolvidable.

En el centro de un patio excavado en la roca, se erige Bete Emmanuel. Posible capilla palatina para uso exclusivo de la familia real, la influencia de la arquitectura aksumita es palpable en cada rincón del templo. Una vez en el interior, conviene fijarse en los detalles decorativos.

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Fachada de Bete Emmanuel.

La última iglesia de este complejo es Bete Libanos, accesible tras pasar por un curioso conjunto de escaleras y fosos, y construida en el interior de una cueva como si fuera el gran pilar que sostiene la bóveda. La decoración exterior es sencilla pero sublime: dividida por cinco pilares, hay tres ventanas de arcos apuntados, cuatro ventanas cruciformes y una pequeña puerta de acceso. Merece la pena contemplar el interior, con su nave central más elevada y su decoración.

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Acceso a Bete Libanos.

Bete Giyorgis es, sin duda, la joya de Lalibela. Se trata de la iglesia más tardía del conjunto y, quizá por ello, la más refinada de todas en cuanto a su calidad artística. Ubicada en el medio de un foso cuadrangular, tiene una inusual planta de cruz griega que le da un aire de torreón. Elevada sobre un falso podio de 3 escalones, sus doce lados cuentan cada uno con una ventana ojival con decoración vegetal. Su interior, aunque más modesto que otros, muestra una elegante sobriedad.

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Bete Giyorgis, la más célebre de las iglesias de Lalibela.

Para terminar nuestra visita a la ciudad, recomiendo parar a comer en el restaurante Ben Abeba. De estrambótica arquitectura, sus terrazas suspendidas ofrecen unas espectaculares vistas de los valles de Werwer. Además, los camareros que lo atienden son muy simpáticos y la comida, excelente.

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Vista desde una de las terrazas-miradores de Ben Abeba.

Yemrehane Krestos

A unos 42 kilómetros de Lalibela podemos visitar la fantástica iglesia de Yemrehane Krestos, construida en el interior de una cueva. El trayecto desde Lalibela dura hora y media (la carretera está en construcción) hasta el pueblo del mismo nombre, desde donde hay que dejar el coche para proceder a la ascensión hacia el templo mediante una escalera recientemente construida. El paseo es muy grato ya que atravesamos un bosque de juníperos y, si se tiene la suerte de visitarlo en temporada de lluvias, a la entrada de la cueva veremos caer una cascada.

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Aunque la tradición dice que la construyó a mediados del siglo XII el rey homónimo, lo más probable es que se edificase a mediados del XIII. Su exterior alterna franjas de enlucido blanco con otras de vigas de madera. Su apariencia exterior es, a juicio de los especialistas, el más claro ejemplo de pervivencia de la arquitectura tradicional aksumita en época tardía. Cuenta con 26 ventanas, cada una de ellas diferente. Su planta es basilical, con cuatro pilares que organizan el espacio en tres naves. En la central encontramos un espectacular artesonado de madera. Las cubiertas del interior son planas, no abovedadas, siendo las nueve diferentes. El santuario de la iglesia, orientado hacia el este, está cubierto por una cúpula. La decoración interior del templo es magnífica, con numerosos motivos entrelazados, destacando los motivos cruciformes de los intradós de los arcos.

Detrás del templo, en lo más hondo de la cueva, encontraremos los macabros restos de los miles de cadáveres de peregrinos que escogieron este lugar como el de su eterno descanso. Cerca de ellos veremos la tumba del propio rey Yemrehane.

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Fachada de Yemrehane Krestos.

En la comarca circundante de Lalibela hay muchas iglesias excavadas en la roca o construidas en el interior de cuevas. Quienes deseen conocerlas conviene que contraten algún servicio de coche y guía en la propia Lalibela. La más cercana es la de Na’akueto La’ab, ubicada cerca de la carretera del aeropuerto, y es famosa porque en ella yacen los restos del santo rey homónimo, sobrino y sucesor de Lalibela. Similar en estilo constructivo a las iglesias rupestres de Lalibela es la iglesia de Gennata Maryam, construida, según la tradición, por Yekuno Amlak, fundador de la dinastía Salomónida en 1270.

Para concluir, creo sinceramente que ningún relato o fotografía hace justicia a la grandiosa belleza de Lalibela; es más, es necesario experimentarla, estar allí y ver cómo naturaleza y obra del hombre forman un conjunto tan espectacular. No en vano, quiero hacer mías las palabras del portugués Francisco Álvares, uno de los primeros europeos que contempló estas maravillosas iglesias en la lejana década de 1520:

Enfádome de escribir más sobre estas obras [las iglesias], porque me parece que no me creerán si escribo más y porque, a lo que he escrito, me podrán tachar de no ser verdad, por tanto juro por Dios en cuyo poder estoy que todo lo escrito es verdad y mucho más de lo que vi y dejé para que no me tachasen de mentiroso. Francisco Álvares. Verdadeira informação das terras do Preste João das Índias. Lisboa, 1943.

Diario de un viaje por Etiopía – Aksum, la ciudad santa de Etiopía (VI)

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Campo de estelas de Aksum: las estelas 2 y 3.

El viaje de Gondar a Aksum lo hicimos en avión para intentar ahorrarnos el largo trayecto en minibús, que dura unas seis horas –con suerte y buen tráfico- y exige cambiar en Shire a otro minibús. Pero tuvimos mala suerte con el tiempo, ya que una tormenta fortísima provocó la cancelación de nuestro vuelo, teniendo que esperar un día más en Gondar. El avión hace escala en Lalibela, por lo que en total dura un poco más de una hora y media.

Una vez en Aksum, entramos a la ciudad por su barrio más moderno. La carretera del aeropuerto se transforma en una bonita avenida de palmeras y acacias jalonada por multitud de edificios en construcción, bastantes de ellos acristalados, probablemente destinados a ser hoteles. Nuestro hotel es uno de los muchos que han aparecido en los últimos años y, aunque es relativamente nuevo, ya parece algo ajado. Por lo que pudimos ver, es lo común en todos los establecimientos turísticos de Aksum.

La ciudad actual no refleja apenas nada de su antigua gloria, cuando entre los siglos III y VII de nuestra era dominaba las rutas comerciales que unían el Índico con el Mediterráneo por el Mar Rojo. Y es que Aksum es, salvando las distancias, la Roma etíope por la gran cantidad de ruinas que alberga, y también por su significación religiosa para los etíopes.

Los primeros restos arqueológicos que podemos ver los encontramos en el parque de Ezana, un jardincillo triangular casi completamente ocupado por un bar. En él hay numerosos restos de capiteles, basas de columnas e incluso una de las inscripciones trilingües de Ezana.

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Estelas 1 (rota en el suelo), 2 y 3.

El parque de las estelas y Santa María de Sión

Desde la plaza central, presidida por un enorme sicomoro, caminamos hacia el parque de las estelas por una avenida adoquinada. A nuestra derecha, en una pradera, yacen los restos de varios tronos ceremoniales, tallados en granito y otras piedras resistentes para conmemorar las hazañas de los reyes aksumitas. Al fondo, dominando una gran plaza, se alzan las estelas que dan fama a la ciudad. Pero, ¿quién y por qué se construyeron?

Por lo que sabemos, las estelas más altas y elaboradas marcaban los lugares de enterramiento de la realeza. Sin embargo, no se han encontrado inscripciones que nos indiquen a qué reyes pertenecían exactamente. De las varias decenas de estelas, las más importantes son tres, datadas hacia el siglo III y talladas en granito. La estela número 1, de 33 metros de alto y 517 toneladas de peso, yace rota en el suelo, rompiéndose probablemente cuando estaba siendo erigida. Tallada en sus cuatro lados representando un palacio de varias plantas, es más alta que cualquier obelisco egipcio. A su lado se han encontrado los restos de un gran edificio funerario subterráneo, bautizado como el Mausoleo.

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Pasillo central del Mausoleo.

La estela 2, llamada de Ezana, con 24 metros de altura, fue llevada por los italianos en 1937 como trofeo a Roma, siendo devuelta a Etiopía en 2008. Por último, la número 3, la única que se ha mantenido siempre en pie, mide 21 metros y no está tallada en su cara posterior, siendo probablemente la más antigua de todas ellas. Cerca de las estelas podemos visitar otros sitios de interés, como el museo arqueológico o las tumbas de la Puerta Falsa y de los Arcos de Ladrillo.

Frente a las estelas, en la misma plaza, se encuentra la iglesia de Santa María de Sión, distinguible por su gran cúpula de estilo neobizantino. Construida por Haile Selassie en la década de los 60, es el mayor templo cristiano de Etiopía. No en vano, sustituye como catedral a la más modesta iglesia original, ubicada en el recinto llamado “el monasterio”, vetado a las mujeres. Tanto la iglesia nueva como la vieja, junto con la capilla de las Tablas, forman el recinto más sagrado de la iglesia etíope.

Y es que la iglesia antigua de Santa María de Sión ocupa el lugar de un templo mucho mayor construido por el rey Ezana en el siglo IV, probablemente la primera iglesia cristiana del país. Desde su fundación funcionó como sede del abuna, el único obispo consagrado por Alejandría y máxima autoridad de la ortodoxia tewahedo, que hoy reside en Addis. El templo actual es mucho más modesto en dimensiones que el original, ya que fue destruido dos veces, por la reina Gudit en el 980 y durante la yihad de Ahmad Graññ (1529-1543), y reconstruido por el emperador Fasiladas en el siglo XVII.

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La capilla nueva y la vieja de las Tablas, donde se guarda el Arca de la Alianza.

El Arca de la Alianza

Detrás de la iglesia antigua, observamos dos pequeñas capillas cupuladas. La primera, de color verde, tiene un aspecto avejentado y se dice que en su interior se guarda nada menos que el Arca de la Alianza; a su lado, otra capilla nueva de cúpula dorada espera su turno como nuevo refugio de tan importante reliquia.

¿Cómo llegó el Arca desde Jerusalén a Aksum? La leyenda nos dice que fue Menelik, primer emperador de Etiopía y fruto del breve romance entre Salomón y la reina de Saba, quien se la robó a su padre cuando le visitó una vez cumplida su mayoría de edad. Los israelitas no pudieron alcanzar a los ladrones, ya que el Arca deseaba abandonar Jerusalén e instalarse en Aksum, lo que les permitió viajar a gran velocidad. Desde entonces, según la tradición, el Arca permanece custodiada en su capilla, sin que nadie más que el guardián pueda entrar en ella. Obviamente, esto es más un mito que una realidad, ya que en el siglo X a.C., que es cuando esta historia supuestamente tuvo lugar, ni siquiera había asentamientos sabeos en la región.

Los restos arqueológicos del norte y Abba Pantalewon

Volviendo al campo de estelas, conviene perderse por el bonito parque que, a orillas del torrente Mai Hejja, nos lleva hacia las afueras de la ciudad por su parte norte. El jardín está lleno de estelas ya no tan espectaculares como las reales, pero que crean un conjunto pintoresco. Una de ellas dicen que muestra al Arca de la Alianza –aunque en realidad parece más bien un edículo de aspecto grecorromano- y la usan como evidencia de que el Arca está realmente en la ciudad.

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Mai Shum, también conocido como los Baños de la reina de Saba.

Cerca de allí hay un gran estanque artificial, el Mai Shum, al que se le conoce con el poético nombre de los Baños de la reina de Saba. Excavado en época aksumita, fue ampliado en los siglos siguientes y, según cierta teoría, es el estanque que da nombre a la ciudad (Ak-Shum significaría “jefe del agua”). Merece la pena subir la cuesta que nos lleva al decadente hotel Yeha, que tiene unas vistas espectaculares sobre el campo de estelas (y podremos ver los numerosos monos que habitan la zona).

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Vista de Aksum desde el hotel Yeha.

A escasos 300 metros del Mai Shum, encontramos una humilde caseta donde se esconde una de las inscripciones trilingües del rey Ezana. Tallada a comienzos del siglo IV, conmemora la victoria de Aksum sobre los beja en tres lenguas: griego, sabeo y ge’ez. Data del período pagano de Ezana, anterior a su conversión al cristianismo hacia el 340, ya que está dedicada al dios de la guerra, Mahrem.

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Entrada a la tumba de Gebre Meskel.

Aún más a las afueras de la ciudad, todavía encontramos más restos arqueológicos, mostrando que el tamaño de la Aksum antigua era mucho mayor que el de la actual. A dos kilómetros del campo de estelas, se hallan las tumbas de los reyes Kaleb y Gebre Meskel, quienes gobernaron en el siglo VI. Se trata de dos buenos ejemplos de arquitectura aksumita, destacando el trabajo de la piedra en ambas. Originalmente, fueron concebidas como criptas funerarias de los edificios gemelos que se alzaban sobre ellas, tradicionalmente considerados bien iglesias, bien palacios.

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El bucólico camino que lleva a Abba Pantawelon.

Si seguimos por el camino más allá de las tumbas, llegaremos a la iglesia de Abba Pantalewon, ubicada en la cima de una montaña cónica. El paseo merece la pena por lo bonito del paisaje, especialmente durante la temporada de lluvias. Este monasterio es uno de los más antiguos del país, fundándose en el siglo VI por el santo que le da nombre. Se puede visitar el tesoro y la iglesia inferior, pero la superior, accesible tras subir 44 escalones, no permite la entrada de mujeres. Junto a ella pueden verse algunos restos de un santuario pagano y, por supuesto, disfrutar de unas vistas espléndidas sobre Aksum y su comarca.

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Restos del palacio de Dungur.

El palacio de Dungur y el campo de estelas de Gudit

A escasos dos kilómetros al oeste del centro, yacen los restos de un gran palacio, el de Dungur, al que tradicionalmente se le denomina de la reina de Saba. Sin embargo, es muy posterior, habiendo sido construido entre los siglos IV y VI de nuestra era. Perteneció a algún miembro de la élite social y reproduce el esquema clásico del palacio aksumita: en el centro de un gran patio, elevado sobre un podio, se eleva el pabellón que albergaba la sala de audiencias y las habitaciones principales; alrededor del patio se distribuían las habitaciones de los criados, las cocinas, y otras dependencias auxiliares. La sofisticación del edificio incluye desagües y los restos de un posible sistema de hipocausto.

Justo enfrente se encuentra el campo de estela de Gudit, quizá el cementerio más antiguo de la ciudad, datado entre los siglos II y IV de nuestra era. Aunque en origen pudo albergar más de 600 estelas, ahora sólo unas pocas permanecen en pie. Su nombre deriva de la reina Gudit, un oscuro personaje que destruyó Aksum en el siglo X.

Hay muchos más lugares de interés arqueológico en Aksum y su área circundante. A hora y media en coche se puede visitar el templo de Yeha, el más antiguo del país (Ss. VII-V a.C.), y que supone una de las excursiones más populares entre los turistas. Pese a todo, no disponemos de mucho tiempo y debemos partir hacia la siguiente etapa de nuestro viaje: Lalibela.

¿Qué está pasando en Etiopía? (II). Una crisis que se vuelve crónica

Última actualización: el gobierno etíope declaró el 8 de octubre el estado de emergencia, que estará en vigor seis meses.

Ya hablé hace un par de meses de cómo la situación política en Etiopía está entrando en una peligrosa espiral de violencia.  Lamentablemente, desde que escribí esa entrada hasta el día de hoy, la situación, en vez de mejorar, ha empeorado notablemente. Aunque la mayoría de las protestas están ocurriendo en el estado federal de Oromia, también se han extendido a otros vecinos, principalmente en el de Amhara. Por eso, en lugar de protestas oromo prefiero hablar de protestas civiles, ya que han dejado de ser exclusivas de un grupo étnico.

La raíz del poder tigriña, o cómo el 6% manda al 94% restante

Durante la guerra civil que llevó a la caída del Derg en 1991, la milicia del TPLF (Frente de Liberación del Pueblo Tigriña) fue la que llevó la voz cantante en las operaciones militares, especialmente tras la batalla de Indesellasie (Shire), en 1989.  El TPFL está integrado en el EPRDF, un partido compuesto por otras organizaciones de base étnica amhara y oromo, y que desde 1991 es quien lleva las riendas del país. En cualquier caso, en él son los tigriñas quienes mandan.

Aunque en 1995 se aprobó una constitución modélica que convertía a Etiopía en un estado federal dividido en estados regionales de base étnica, pronto el gobierno del primer ministro Meles Zenawi, el nuevo hombre fuerte del país, comenzó a restringir la democracia. La oposición fue cada vez perdiendo más escaños en el parlamento de la nación, hasta el punto de que en 2015 el EPRDF ganó 500 de los 547 diputados de la cámara. Las acusaciones de fraude y las protestas no lograron cambiar ni un ápice del descarado resultado.

La hora de Oromia

Tras la muerte del carismático Meles Zenawi, en 2012, le sucede Hailemaryam Desalegn, de la etnia wolayta. Aunque tanto el presidente -un oromo- como el primer ministro no son tigriñas, lo cierto es que la mayor parte de los altos cargos de la administración pertenecen a esta etnia, lo que provoca no pocas tiranteces entre los otros grupos del país, especialmente en los oromos, que son el 35% de una población de 100.000.000 de habitantes. Los oromo aseveran estar infrarrepresentados tanto a nivel gubernamental como a nivel del reparto del presupuesto nacional.

Si a esto le añadimos que el crecimiento económico etíope está siendo espectacular, con cifras anuales por encima del 10% anual, cabe preguntarse hasta qué punto existe un reparto económico justo. Y la respuesta es que no lo hay. Las propias medidas de control de la economía que se ejercen desde el gobierno dificultan la más que necesaria liberalización económica, a la que hay que sumar la existencia de una red clientelar de personas afines al gobierno que son quienes controlan los grandes sectores económicos. Por poner un ejemplo, la tasa impositiva por la compra de un vehículo nuevo en Etiopía alcanza tales precios que lo vuelven prohibitivo para la inmensa mayoría de la población. De ahí que el parque automovilístico del país sea increíblemente viejo.

La bonanza económica ha facilitado la aparición de una nueva clase media urbana y rural. Las universidades creadas en los últimos años albergan a 700.000 estudiantes y han egresado a 500.000 titulados. Existen 46.000.000 de teléfonos móviles y 13.000.000 de etíopes tienen conexión a internet. Nos encontramos, pues, ante un grupo social que comprende los problemas sociales y exige cambios.

Como podemos ver, el caldo de cultivo ideal para las protestas está servido: dictadura, discriminación, corrupción política, gestión económica ineficiente y así un largo etcétera.

Feyisa Lilesa y el símbolo de una lucha

Habrá que esperar a los Juegos Olímpicos de Río para que la crisis etíope comience a interesar a la mayoría de los medios de comunicación internacionales.  En la maratón olímpica , el atleta oromo Feyisa Lilesa, segundo en la prueba, cruza la línea de meta con los brazos cruzados por encima de su cabeza. El gesto, utilizado durante las protestas oromo, supuso un buen altavoz para unas protestas hasta entonces ignoradas por la prensa. El atleta rehusó volver a Etiopía por miedo a posibles represalias.

El 3 de septiembre, un incendio en la cárcel de alta seguridad de Qilinto, en Addis Abeba, mató a 23 personas, siempre según fuentes del gobierno. El lugar es famoso como centro de detención de presos políticos.

Muchos de los manifestantes señalan a la etnia tigriña, la dominante en el gobierno de la nación, como la responsable de las matanzas. Lamentablemente, esto ha provocado que muchos tigriñas hayan sido atacados en septiembre en el estado regional de Amhara, haciendo que muchos tuvieran que huir de Gondar a Sudán.

Avalancha mortal en Bishoftu

El 2 de octubre, la ciudad de Bishoftu (Debre Zeyit), a 40 kilómetros al sur de Addis Abeba, acogió la celebración del festival religioso del Irreecha, en el que los oromo agradecen a su deidad suprema, Waaqa, los bienes obtenidos. Lo que estaba siendo una jornada festiva se transformó pronto en una protesta política, ya que algunos participantes empezaron a ondear banderas del OLF (Oromo Liberation Front, un partido nacionalista considerado terrorista por Addis Abeba) y a gritar consignas contra el gobierno. A fin de dispersar la multitud, la policía comenzó a lanzar pelotas de goma y realizar disparos al aire, provocando que la gente se asustase formando una estampida que provocó 55 muertos.

Desde ese día, las protestas no han cesado, a pesar de que Addis Abeba declarase tres días de luto oficialAlgunos de los medios partidarios del gobierno han realizado acusaciones tan delirantes como que las protestas están respaldadas por Egipto, país con el que Etiopía mantiene tensas relaciones diplomáticas por el asunto de las aguas del Nilo, y Eritrea, cuya hostilidad hacia Etiopía es más que patente.

El 5 de octubre se supo que el gobierno había ordenado la detención del periodista Seyoum Teshome, conocido crítico del modo de actuación de la policía durante las protestas. Etiopía se ha convertido en uno de los países más opresivos con el periodismo. En esa misma fecha, saltó a la luz la muerte de una investigadora estadounidense, apedreada en su vehículo cuando transitaba por las afueras de la capital. Un hecho inusual que se ha querido vincular con la inseguridad creciente que vive el país.

¿Y ahora, qué va a pasar?

Mientras tanto, el gobierno etíope sigue a lo suyo. En lugar de abrirse a la posibilidad de comenzar una vía aperturista e implementar reformas que lleven hacia un sistema plenamente democrático, realiza cambios en los altos cargos más destinados a maquillar el supuesto nuevo reparto étnico del poder que a suponer una verdadera apertura política. El más reciente, el nombramiento de nuevos miembros de la cúpula militar, en el que los generales tigriñas pasarán de ser mayoría  a cuatro de un total de doce.

Aunque las movilizaciones populares están poniendo al gobierno etíope muy nervioso, éste aún tiene la sartén por el mango. La mayor parte de las fuerzas de seguridad le son fieles, principalmente porque ven bien los logros económicos obtenidos hasta la fecha. El mayor problema consiste, a mi juicio, en que la situación se vuelva crónica y, cada dos por tres, hablemos de centenares de muertos en protestas. Eso por no hablar de un riesgo de guerra civil interétnica, algo que ya algunos miembros de la oposición han sugerido. El gobierno ha de dar su brazo a torcer y comenzar un proceso de diálogo político que permita los cambios sociales y económicos que la mayoría de los etíopes ansían. Tal y como gritan los que salen a la calle a protestar, matar no es la respuesta a nuestras quejas.

 

Diario de un viaje por Etiopía – Gondar (2ª parte), Montañas Simien y Gorgora (V)

Baños de Fasiladas, Gondar.

Continuamos nuestro recorrido por Etiopía en el tercer episodio de nuestro diario de viaje. El original se publicó el 25 de septiembre en el diario digital leonés ileon.com. Todas las fotos y vídeos han sido tomados para este blog.

Los baños de Fasiladas y el palacio de Kuskuam

Hacia el oeste del centro urbano de Gondar encontramos los Baños de Fasiladas, una construcción curiosa a los ojos del europeo. Se trata de un pabellón almenado elevado por varios arcos en medio de un estanque. Accesible a través de un puente de dos arcos, parece un pequeño castillo con sus ventanas de ladrillo rojo y sus balcones.

Aunque hoy se utiliza casi exclusivamente para las ceremonias religiosas del Timkat, en origen su uso era mucho más lúdico y profano. Cerca de Gondar, en Azazo, el emperador Susenyos hizo construir un pabellón en un estanque muy similar al de Gondar, aunque anterior. Hoy sólo quedan sus cimientos, pero las crónicas dicen que lo construyeron los jesuitas –de nuevo la alargada sombra de Páez y sus camaradas- para que el emperador pudiera deleitarse desde el balcón observando cómo sus súbditos navegaban por el estanque a bordo de pequeñas tankwas. El lugar, apartado del ajetreo urbano, tiene un ambiente especial que lo convierte en uno de los monumentos más bonitos de la ciudad.

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Las elegantes ruinas de la sala de recepción de la reina Mentewab, en Kuskuam.

El palacio de Kuskuam se ubica en una colina a poniente, ya a las afueras de Gondar. El paseo hasta allí bien vale la pena, ya que atravesamos un área de transición entre la ciudad y el campo. Por su belleza, se entiende que fuese el lugar favorito de la reina Mentewab, quien ordenó construir un palacio para retirarse del mundanal ruido. La iglesia original, que debió albergar impresionantes pinturas del Segundo Estilo Gondarino, fue destruida por los mahdistas sudaneses en 1888 y reconstruida por Haile Selassie ya en el siglo XX. El resto del complejo, compuesto por el palacio de retiro de la reina, nunca fue reconstruido, formando una especie de pequeño Fasil Ghebbi. Aún hoy puede verse la fachada de la sala de recepciones, los restos del área de baños y el oratorio que usaba la reina cuando, por la restricción eclesiástica etíope, no podía entrar en la iglesia durante la menstruación. En el pequeño museo del complejo se conservan, en un minúsculo ataúd acristalado, los esqueletos de Mentewab, su hijo Iyasu II y su nieto Iyoas.

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Piazza, el centro urbano de Gondar, presidida por la estatua del emperador Tewodros.

Por último, no quiero dejar de hablar del agradable barrio de Piazza, el centro urbano, construido durante la ocupación italiana. Lleno de edificios racionalistas, tan al gusto del Fascismo, algunos son ciertamente valiosos, como la oficina de correos, que preside la plaza principal. Justo enfrente se encuentra el Ethiopia Hotel, con un bar de indudable sabor italiano.

El pueblo judío

A unos pocos kilómetros al norte de Gondar se encuentra el pueblo de Wolleka, uno de los muchos antiguamente habitados por los falashas, los poco apreciados judíos etíopes. Estos hebreos, que se autodenominan Beta Israel (Casa de Israel), huyeron de siglos de marginación en los 80 tras cruzar en durísimas condiciones –muchos murieron- la frontera sudanesa y embarcarse en aviones rumbo a Israel, donde hoy viven en su mayoría. Sus vecinos cristianos consideraban que eran buda, portadores del mal de ojo, evitando entrar en contacto con ellos y permitiéndoles trabajar sólo en ciertos trabajos artesanos (herreros, tejedores, etc.).

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Exterior de la sinagoga de Wolleka, a las afueras de Gondar.

Hoy en los poblados apenas quedan vestigios de su presencia. Tan sólo en éste de Wolleka existe un mercadillo de productos presuntamente judíos, ubicado estratégicamente en la carretera, y un modesto edificio de barro que sirvió de sinagoga. Lo único que lo distingue es la tosca estrella de David que lo corona, ya que en su interior sólo el banco corrido de la pared parece indicar un cierto uso ritual.

Las montañas Simien

El espectacular paisaje de las montañas Simien es tan escarpado que tradicionalmente ha sido refugio de fugitivos. En la edad media se formó en ellas el reino de los Gedeones, una formación política judía que fue conquistada en el siglo XVII.

Un consejo: si puedes, visítalas cuando no sea la estación de lluvias, ya que nosotros lo hicimos en esa época y la niebla nos aguó la experiencia. Al ser tan cerrada que apenas se puede ver nada a diez metros, impide divisar las afiladas formas de los picos, de los cuales varios están por encima de los 4.000 metros, los espectaculares valles, gargantas y la catarata de Jinbar, que se desploma a más de 500 m. De los tres días que, en origen, habíamos reservado para acampar en ellas y hacer rutas de senderismo, al final se quedaron en uno solo debido al mal tiempo.

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Una colonia de babuínos Gelada. Y la sempiterna niebla…

Pero, si sólo se puede visitar las Simien en la estación lluviosa, no pasa nada. Con un día puede ser suficiente para, desde Gondar, contratar un viaje guiado. Tras la hora y media que se tarda en llegar a Debark, principal ciudad de la zona, en la oficina del parque nacional podemos comprar la entrada y contratar la seguridad que, según los funcionarios, es importantísima (aunque opcional). Desde la ciudad comienza la pista de grava que lleva a las montañas.

Debido a la forma alargada del parque nacional, la carretera principal nunca queda demasiado alejada de los senderos que tomaremos para explorar el área. De vez en cuando, es fácil encontrarse con babuinos gelada, una especie que sólo vive en las Simien. Aunque nos podemos acercar mucho a ellos, es mejor no intentar tocarles –pueden morder- y, por supuesto, no darles nada de comer. Otras especies del parque son más esquivas, como los preciosos lobos etíopes –más parecidos a un zorro-, o las cabras montesas walia.

En la estación seca se puede disfrutar mejor de estas montañas. Muchas empresas organizan rutas de senderismo de varios días que pueden acabar con el ascenso al Ras Dashen, el pico más alto del país (4.550 m.), e incluso, si hay tiempo y ganas, llegar a Lalibela.

Restos de la iglesia jesuítica de Gorgora Nova. Foto: Víctor M. Fernández.

La península de Gorgora

Gorgora, la bonita península al norte del Lago Tana, es un nuevo destino turístico al alza en el norte etíope. Gracias a la construcción de una nueva carretera que la unirá con Gondar, es de esperar que el tiempo de viaje baje de la hora y media que ahora suponen los 66 km. Además, se están construyendo nuevos hoteles que permitirán aumentar y mejorar notablemente la escasa oferta existente. Se puede llegar al lugar en minibús desde Gondar, o contratando un vehículo privado, la opción más cara.

Pero, ¿y qué hay que visitar allí? Nada menos que los restos de Gorgora Nova (Maryam Ghimb), un complejo palacial y misional construido por los jesuitas de Pedro Páez para el emperador Susenyos. Accesible tras una larga caminata de unas cuatro horas o en bote desde Gorgora –la opción más rápida, una hora larga de trayecto-, se ubica soberbio en una península que se adentra en el lago Tana. Los restos de la iglesia (1618-1621), de un estilo jesuítico claro, aún muestran detalles arquitectónicos de origen peninsular. A su lado, menos espectaculares, yacen las ruinas del complejo palaciego y residencia jesuita. El propio Páez describe el palacio así:

“Pero el emperador Seltán Zegued [nombre de coronación de Susenyos] hace, en una península de la laguna de Dambiá [el lago Tana], a la que ellos llaman mar, unos palacios hermosos de piedra blanca bien labrada, con sus aposentos y salas; la de arriba tiene cincuenta palmos de largo, veintiocho de ancho y veinte de alto, que por ser allí muy fuerte el viento en invierno y la casa de abajo también ser alta, no la levantaron más. Sobre la puerta principal tiene una balconada grande y hermosa, y en los flancos, dos más pequeñas con muy buena vista. La madera casi toda es de cedro, muy hermosa; y las salas y un aposento de arriba, donde duerme el emperador, con muchas pinturas de varios colores. Es de terrado encalado, y el parapeto alrededor con columnas muy hermosas, y sobre sus capiteles, bolas grandes de la misma piedra, pero en las columnas de las cuatro esquinas, bolas de cobre dorado con hermosos remates. Sobre la escalera, por la que se sube al terrado, se levanta otra casa pequeña con tres ventanas grandes, que le sirve de mirador, porque además de estar la casa situada en lo más alto de la península, que es grande, tiene sesenta palmos de alto; y así toda la ciudad, que también hizo nueva, le queda debajo […]”. Páez, P., Historia de Etiopía. Libro I, pág. 256. Edición en español publicada en 2014 por Ediciones del Viento (A Coruña).

Hay otros restos de la presencia jesuita en Gorgora, aunque menos impresionantes. Cerca, en la cima más alta de la península, se encuentra el Faro de Mussolini, construido por los italianos en 1938 para conmemorar su victoria. El objetivo era que proyectase una luz visible desde Bahir Dar, al otro lado del lago, pero tras la liberación del país permanece en desuso, aunque desde él se tienen unas vistas espléndidas del Tana. El lugar aparece en películas del cine etíope como Teza.

Diario de un viaje por Etiopía – Gondar, la ciudad de las 44 iglesias: Fasil Ghebbi (IV)

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Castillo de Fasiladas.

Llegar a Gondar en minibús desde Bahir Dar es una pequeña aventura para la que hay que armarse de paciencia. Nada más entrar a la estación de autobuses, multitud de conductores de minibús intentarán llamar nuestra atención para que les escojamos. La clave está en elegir un vehículo que no sea demasiado antiguo y, sobre todo, que esté casi lleno, ya que los minibuses salen de la estación a medida que se van llenando, lo cual puede llevar un tiempo indeterminado. En cualquier caso, el flujo de los que van y vienen entre ambas ciudades es constante a lo largo del día, ya que muchos conductores, cuando llegan a Gondar, cargan más pasajeros para volver a Bahir Dar, y viceversa.

La carretera es muy moderna, de construcción china, aunque sin arcenes. El recorrido puede hacerse en unas tres horas, pero nosotros tardamos casi cuatro horas por la intensa lluvia.

Ante la insistencia del conductor, colocamos nuestras mochilas en la baca del vehículo. Craso error, porque la supuesta tela impermeable que los cubría resulto no serlo, por lo que nuestro equipaje llegó a Gondar calado. A pesar de todo, el viaje mereció realmente la pena, ya que el trayecto entre ambas ciudades es de una belleza abrumadora. Las montañas de las Tierras Altas se presentan ante nosotros en todo su esplendor, anunciándonos que estamos cada vez más cerca de las montañas Simien, donde se encuentran las cumbres más altas del país.

Fasil Ghebbi

Gondar es una de las ciudades más bonitas de Etiopía. Ubicada sobre varias colinas suaves, si tenemos la oportunidad de contemplarla desde el mirador del hotel Goha lo primero que destaca es que los edificios parecen estar rodeados de vegetación. Antigua capital imperial, floreció entre los siglos XVII y finales del XVIII, entrando después en una larga decadencia. Gondar es conocida en el resto del país como la ciudad de las 44 iglesias y, aunque es cierto que hay muchas, parece más una exageración que un hecho factible.

La principal atracción turística de Gondar es el espectacular recinto palaciego del Fasil Ghebbi. A la mayoría de los turistas occidentales les sorprende la existencia de castillos similares a los europeos en este rincón del África Subsahariana, lo que lleva a muchos a preguntarse quién los construyó.

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Vista del conjunto del Fasil Ghebbi desde lo alto de la escalinata del castillo de Fasiladas.

La respuesta está en parte relacionada con Pedro Páez y los jesuitas, que trajeron al país técnicas constructivas europeas y numerosos artesanos indios. Al mezclar estos ingredientes con las artes tradicionales etíopes, desde el siglo XVII se comenzó a gestar el llamado arte gondarino. Tras la muerte de Páez en 1622, sus sucesores al frente de los jesuitas en Etiopía cometieron una serie de errores que acabaron provocando una cruenta guerra civil entre católicos y ortodoxos. Salieron victoriosos estos últimos, liderados por el hijo de Susenyos, Fasiladas, quien arrancó de raíz el catolicismo del país, expulsó  a los jesuitas y cerró el país a las influencias occidentales.

Fasiladas quiso emular en su tierra las grandes ciudades de las que oyó hablar a los jesuitas, por lo que eligió Gondar como asiento de su nueva capital. Hasta entonces, los emperadores etíopes viajaban errantes con su corte, que en ocasiones comprendía hasta 10.000 personas, instalándose en espectaculares campamentos provisionales que se movían a medida que agotaban la madera y los recursos del lugar. La decisión de Fasiladas fue tan importante que el deslumbrante periodo en que esta ciudad rigió los designios etíopes (1632-1769) recibe el nombre de Gondarino.

Romper una tradición centenaria bien merecía la construcción de nuevos e impresionantes edificios públicos que debían mostrar el poder imperial: el propio Fasiladas ordenó erigir una espectacular fortaleza en la que sobresale una suerte de torre del homenaje acompañada de tres torreones coronados por cúpulas. El propio aspecto del edificio sugiere una evidente influencia europea, especialmente por los arcos de ladrillos o las chimeneas del interior, pero también encontramos largas vigas de madera –tradición etíope- e incluso restos decorativos propios de la India musulmana. Aunque sus amplias salas están hoy vacías por siglos de pillaje, aún es fácil imaginar sus días de gloria y decadencia, como los que el genial Jean Christophe Rufin recrea en su obra El Abisinio. Por desgracia, no se puede subir a los pisos superiores para disfrutar de las espectaculares vistas de la ciudad.

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Palacio de Mentewab, Fasil Ghebbi.

Los emperadores sucesores de Fasiladas quisieron emularle añadiendo cada uno sus propios edificios, formando una mezcla heterogénea de iglesias, castillos, salas de banquete y edificios administrativos, destacando el palacio de la reina Mentewab. Todos se concentran en el gran óvalo del Fasil Ghebbi, conformando un conjunto monumental de gran belleza visual. A excepción de algunos edificios que han sido reconstruidos, la mayoría permanecen en ruinas. El recinto está delimitado por un muro en el que se abren doce puertas, si bien hoy sólo permanece abierta una. Llama la atención que entre las ruinas encontremos sofisticados baños turcos –en pésimo estado de conservación- o, incluso, jaulas de leones.

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Exterior de Debre Berhan Selassie.

Debre Berhan Selassie

Ubicada en una colina un tanto alejada del centro, encontramos la iglesia de Debre Berhan Selassie (Monte de la luz de la Trinidad), también Patrimonio de la Humanidad como el recinto palaciego. Llegar a ella supone un delicioso paseo de unos quince o veinte minutos a través de una colorida barriada gondarina.

Rodeada de un muro jalonado por trece torretas que representan a los Doce Apóstoles y a Cristo, se trata de una excepcional iglesia de planta rectangular, algo no muy común en esta zona del país, donde mandan las de planta circular. Construida a finales del siglo XVII por el emperador Iyasu I, quien originariamente construyó un templo circular –cuyos restos aún son visibles-, el cual fue sustituido por el edificio actual a comienzos del siglo XIX. Es la única iglesia que no fue destruida en 1888 por los derviches del Mahdi sudanés, quienes, según la tradición, fueron atacados por un enjambre de abejas.

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Trinidad y Calvario, entre otras escenas bíblicas, del interior de la iglesia de Debre Berhan Selassie.

Sin embargo, lo más interesante está en su interior, ya que está completamente cubierto por pinturas. Las pinturas datan de comienzos del siglo XIX y se encuadran en el Segundo Estilo Gondarino. No están pintadas al fresco, sino sobre un lienzo pegado a la pared. La tendencia del conjunto es al horror vacui, con multitud de escenas bíblicas. Al fondo de la nave se abren dos arcos que dan acceso al makdas o sancta sanctorum, donde se guarda la copia del Arca de la Alianza (Tabot). Justo encima vemos la representación de la Trinidad como tres ancianos barbados exactamente iguales. Pero lo más célebre de la iglesia es su techumbre, jalonada por decenas de cabezas de querubines, una de las imágenes más reproducidas en las postales del país.

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La célebre techumbre de los querubines.

La fiesta de Meskel (መስቀል)

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Cuadro «Demera», de Afewerk Tekle (1974). Museo Nacional de Etiopía.

Tras el año nuevo etíope, la siguiente gran fiesta en el calendario es la de Meskel (መስቀል Mäsqäl), en la que se celebra el hallazgo de la Santa Cruz por Santa Elena, madre del emperador Constantino. Por las diferencias de calendario, cae el 17 del mes de Mäskäräm, que coincide con el 27 de septiembre del calendario gregoriano.

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Santa Elena y la Cruz. Jan Van Eyck. Fuente: Wikimedia.

Los orígenes de esta festividad se remontan al siglo IV de nuestra era, cuando la emperatriz Elena viaja a Jerusalén para peregrinar a los santos lugares y, de paso, encontrar la cruz en la que fue crucificado Jesucristo. Desesperada por no poder encontrar tan preciada reliquia, se dice que, cuando quemaba grandes cantidades de incienso para pedir al Espíritu Santo que la ayudase, se formó una densa humareda con forma de arco que la guió al lugar donde estaba enterrada la Cruz. Inmediatamente, la reina ordenó excavar en aquel lugar, hallando pronto el objeto de su deseo. Como agradecimiento, y para anunciar a toda Tierra Santa que había logrado su objetivo, subió a un monte y encendió una hoguera.

La fiesta en sí, celebrada en todo el territorio cristiano del país, se compone de dos días. En el primero, dämära (el 16 de Mäskäräm / 26 de septiembre), se organiza la gran hoguera (dämära) en la que, a imitación de Santa Elena, se queman varias ramas atadas de forma cónica y en cuya punta se han colocado varias flores meskel. Previamente, y tras asistir a misa, la gente colabora añadiendo más leña mientras los sacerdotes la rodean dando bendiciones, quemando incienso y rezando. Al caer la noche, la dämära arde, siendo especialmente popular la que se prepara en la Meskel Square de Addis Abeba. Mientras arde, mucha gente enciende sus velas, creando un ambiente especialmente sobrecogedor.

Muchas personas pasan la noche junto al fuego, cantando, bailando o simplemente calentándose con él. Al día siguiente, ya en el día de Meskel, es normal que quien quiera se aproxime a los rescoldos de la hoguera para, con la ceniza, hacerse una marca en forma de cruz en la frente. El resto de la jornada se emplea en comidas familiares y visitando a amigos y conocidos.

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La plaza principal de Addis Abeba, Meskel Square, recibe su nombre porque allí se organiza la gran dämära.

Presentación del libro «Los alemanes del Camerún» – Fundación Sur (Madrid), 29-09-2016

El próximo jueves, 29 de septiembre,  se presentará en la Fundación Sur el libro «Los alemanes del Camerún», escrito por Carlos A. Font Gavira.  El autor charlará sobre esta obra, pionera en la investigación sobre los colonos alemanes y nativos cameruneses que cruzaron la frontera de la Guinea Española buscando refugio tras el colapso de la colonia alemana en 1916. La presentación del autor correrá a cargo de Mario Lozano Alonso.

Quienes quiera saber más antes del evento, les recomendamos que escuchen la entrevista que hicimos a Carlos A. Font Gavira en la Biblioteca de Tombuctú en abril de 2016.

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Información básica

Lugar: Fundación Sur. C/ Gaztambide, 31 (Madrid). Metro más cercano: Argüelles (L3, L4 y L6).

Día: 29 de septiembre

Hora: 19:00 h.

Entrada libre hasta completar aforo.

Ángel R. Garrido Herrero, en Wikipedia

Durante esta semana, he completado el artículo en Wikipedia sobre Ángel R. Garrido Herrero, profesor de lenguas semíticas y sacerdote, de quien ya hablé hace algún tiempo poniendo de relieve su carácter pionero en la enseñanza del Etiópico Clásico (Ge’ez).

No en vano, a él le debo buena parte de mis conocimientos en esta lengua. Cuando le conocí, él ya era un hombre octogenario que apenas podía ver ni oír, y que se cansaba con gran facilidad. Y, sin embargo, siempre tuvo un hueco para ese chico que venía de León a Madrid a atender sus clases, siempre sin pedir nada a cambio.

No soy, desde luego, el más importante de sus discípulos; ni siquiera el que más le conoció, pero siempre tendré con él una deuda de gratitud. Por ello, mi segundo pequeño homenaje ha sido darle a conocer a través del portal enciclopédico más importante del mundo.

Quienes lo deseen, pueden consultar su entrada en Wikipedia en este enlace:

Ángel Garrido Herrero.

No te olvidamos, maestro.

Diario de un viaje por Etiopía – Bahir Dar y el lago Tana (III)

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Las cataratas del Nilo Azul.

Continuamos nuestro recorrido por Etiopía en el tercer episodio de nuestro diario de viaje. El original se publicó el 28 de agosto en el diario digital leonés ileon.com. Todas las fotos y vídeos han sido tomados para este blog.

Bahir Dar es la principal ciudad a orillas del lago Tana y, por ello, la mejor base para explorar la zona. Para llegar allí desde Addis elegimos el avión, ya que el trayecto dura media hora y te ahorra las aproximadamente nueve o diez horas del mismo viaje en bus.

Comparada con Addis Abeba, Bahir Dar resulta una ciudad sorprendentemente limpia y ordenada, con sus amplias calles de trazado regular y sus avenidas flanqueadas de palmeras. No en vano, los locales se enorgullecen de la buena presencia de su ciudad, y dicen que sólo la sureña Hawassa, igualmente ubicada junto a un lago, puede competir con ella en belleza. Pasear por ella es una delicia, aunque de nuevo el farenji sea el centro de atención. Pese a su aspecto pulcro, la ciudad en sí no tiene gran atractivo para el turista, aunque es la opción más apropiada para conocer las cataratas del Nilo Azul y las islas del lago Tana.

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Las limpias y ordenadas calles de Bahir Dar.

En el límite oriental de la ciudad se encuentra la salida del Nilo Azul (Abbay, para los etíopes) del lago Tana. El puente cercano resulta un punto excepcional para divisar al amanecer los célebres hipopótamos del Tana, a los que ya el jesuita Pedro Páez describió en el siglo XVII como caballos de mar, los animales más peligrosos de la zona.

Bahir Dar tiene un problema añadido que es el de la malaria. Los mosquitos transmisores de esta peligrosa enfermedad no existen a una altitud superior a los 2.000 metros, y, por lo tanto, no se encuentran en la mayor parte de las Tierras Altas etíopes. Bahir Dar, a 1800 metros y a orillas de un gran lago, es la excepción. Aunque la malaria aquí es más rara que en las zonas del sur del país, sí que es posible que durante nuestra visita haya un brote, por lo que es necesario extremar las precauciones. Entre los objetos necesarios en todo viaje a Etiopía hay que tener un repelente de tipo DEET (cuesta alrededor de 11€ y debe facturarse en el aeropuerto porque no se admite en el equipaje de mano), ropa de manga larga y pastillas de Malarone, el medicamento profiláctico más eficaz y que menos efectos secundarios provoca. Los mosquitos que transmiten malaria sólo pican de noche, haciendo obligatorio pernoctar en hoteles con mosquitera.

Tiss Abay, las cataratas del Nilo Azul

Las cataratas de Tiss Abay son una de las atracciones más célebres del país. Durante siglos, fueron de las más espectaculares del continente africano, comparables incluso con las célebres cataratas Victoria gracias a sus 400 metros de anchura y entre 37 y 45 metros de altura. Hoy esto ha cambiado debido a la construcción, en 2003, de una presa de producción eléctrica muy cerca de las cataratas; esto hace que el caudal del agua disponible se reduzca mucho, especialmente en la estación seca o cuando la central produce electricidad. Por fortuna, la próxima inauguración de la Presa del Renacimiento Etíope, en 2017, supondrá el cierre de la presa de Titissat, lo que hará que las aguas del Nilo Azul vuelvan a precipitarse con toda la espectacularidad de antaño.

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Camino a las cataratas.

Actualmente, existen numerosas pequeñas empresas que organizan excursiones a las cataratas y a las islas del lago. Conviene tener cuidado y elegir una que tenga oficina cerca del muelle de Bahir Dar (ubicado entre la iglesia de San Jorge y el hotel Ghion), sin dejarse engañar por los numerosos “guías” no oficiales que recorren la ciudad buscando clientes a los que engañar con precios abusivos. Mención especial merecen algunos guías ofrecidos por hoteles, ya que sus tarifas pueden duplicar las de los guías oficiales de la zona del muelle.

Las cataratas del Nilo Azul se pueden visitar sin necesidad de excursión organizada. Basta con acercarse a la estación de autobuses de Bahir Dar y buscar uno de los numerosos autobuses o minibuses que cubren el trayecto entre la ciudad y el pueblo de Tissisat cada día. Obviamente, ésta es la opción más barata, aunque hay que tener en cuenta que en un tour organizado (sobre 9€) dispondremos de un vehículo más cómodo y moderno que nos hará más llevadera la hora larga que se tarda en llegar a Tissisat. Actualmente, la carretera se halla en pleno proceso de mejora y atraviesa varios pueblos que sirven de escaparate a la vida rural del estado regional de Amhara.

Aunque las cataratas hayan perdido parte de su espectacularidad, siguen siendo altamente recomendables, especialmente por el paisaje que uno disfruta de camino a ellas. Para visitarlas hay que calcular que emplearemos, al menos, medio día.

Lo primero que hay que hacer es pagar la entrada del parque nacional (100 birr), cuya taquilla se encuentra al final del pueblo de Tissisat. Cerca de allí sale un camino que es el que debemos tomar para comenzar a descender la garganta del Nilo Azul. Rodeados por una exuberante vegetación, pronto se alcanza el mal llamado Puente de los Portugueses, un bonito puente de arcos de medio punto construido en 1626 por orden el emperador Susenyos, quien empleó a un arquitecto hindú venido con los jesuitas –principalmente portugueses pero también españoles- que, en aquel momento, intentaban extender el catolicismo por tierras abisinias.

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El puente de los portugueses sobre el Abay o Nilo Azul.

Una vez cruzado el puente, dejamos el Nilo a nuestra izquierda para seguir ascendiendo camino a las cataratas. El paisaje se vuelve cada vez más verde y espectacular. Sin embargo, notaremos que cada cierto tiempo nos acosan niños y jóvenes locales que intentan vendernos cosas. A menos que se esté realmente interesado en comprar algo tras un arduo regateo, lo más sensato es pasar de largo, aunque no dudarán en seguirnos.

Finalmente, llegamos a nuestro destino. El camino, al serpentear por una colina enfrente de las cataratas, sirve de mirador. El espectáculo es soberbio: podemos observar los cuatro canales que forman las cataratas: los tres de la izquierda son los más pequeños, mientras el de la derecha es el que más caudal aporta. Es un espectáculo soberbio que hace que la caminata merezca la pena.

Conociendo el lago Tana y sus monasterios

El lago Tana es el mayor de Etiopía, con una forma circular que recuerda a la de un gran espejo. De origen volcánico, sus 3.000 km2 están jalonados de pequeñas islas de exuberante vegetación que esconden preciosos monasterios. Su longitud máxima es de 72 km, muy equilibrada con respecto a su anchura máxima, de 68 km. Con una profundidad máxima de 14 metros, tiene un volumen de más de 29.000 km3, siendo el río Abbay su único desagüe.

Existen varias maneras de explorar el lago. La primera, que es asimismo la más solicitada por los turistas, consiste en un recorrido en barco por diferentes islas. La segunda, más romántica, supone cruzar el lago en el ferry que, con dos frecuencias semanales, va de Bahir Dar a Gorgora, al norte. La tercera opción, excepcional si se tiene tiempo y medios, implica rodear el lago en coche de alquiler, permitiendo conocer zonas poco holladas por los turistas.

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Vista del puerto de Bahir Dar.

Obviamente, por falta de tiempo elegimos la primera opción. Las empresas que organizan los viajes ofrecen varios paquetes que pueden abarcar medio día o un día entero. Los de medio día (entre 4 y 6 horas) abarcan las islas más cercanas a la ciudad, mientras que los de día completo llegan a la isla de Dek, la más grande del lago, permitiendo visitar los espectaculares monasterios de Narga Selassie y Daga Istifanos.

Nosotros nos inclinamos por la opción de medio día. La empresa nos fue a recoger al hotel a las ocho de la mañana, llevándonos al muelle donde embarcamos con un grupo mixto de suizos y etíopes.

La primera isla que visitamos apareció ante nosotros cubierta completamente de árboles, algo común en todas las del lago. En ella se puede visitar el monasterio de Entonis Eyesus, que no tiene un gran valor histórico-artístico, aunque las pinturas que cubren el muro del maqdas de la iglesia son interesantes para entender la reinterpretación moderna del Segundo Estilo Gondarino.

Cerca de ella se ubica otra isla, la cual alberga al monasterio de Kibran y Gabriel. De los más antiguos del lago, fue fundado en el siglo XIV. La iglesia, circular, data del siglo XVII y cuenta con un pórtico de arcos semicirculares. En su interior hay una importante colección de frescos del Primer Estilo Gondarino. No muy lejos encontramos el “museo” del monasterio, donde hay una interesante colección de manuscritos y objetos litúrgicos. Desgraciadamente, el acceso al recinto está prohibido a las mujeres.

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La iglesia del monasterio de Azewa Maryam.

Las siguientes dos paradas en nuestro viaje lacustre se encuentran en la península de Zege. El primer monasterio a visitar es el de Azewa Maryam, también fundado en el siglo XIV. El camino desde el muelle hasta el recinto no tiene pérdida gracias a los numerosos puestos de venta de recuerdos que lo flanquean. Desde el punto de vista estético, es el más bonito que vamos a visitar porque al ser restaurado se recuperó su techumbre original de paja, en lugar de los feos tejados de uralita que suelen coronar las iglesias antiguas. El interior cuenta con una espléndida colección de pinturas murales datadas entre los siglos XIX y XX.

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Panel de los santos ecuestres de Ura Kidane Mihret. Segundo estilo gondarino.

La siguiente iglesia, artísticamente la más relevante, es la del monasterio de Ura Kidane Mihret, a 1,4 km de Azewa Maryam. Se puede alcanzar andando o en bote. Fundada también en el siglo XIV, el interior del templo está profusamente decorado, incluyendo las vigas del techo. El conjunto mural fue pintado por varios artistas entre los siglos XVIII y XX. Cabe destacar el panel de los santos a caballo y de la Transfiguración, considerado el más antiguo del templo y una de las joyas del Segundo Estilo Gondarino. No hay que olvidar el museo, ubicado muy cerca de la iglesia, donde se exponen los manuscritos de la biblioteca monacal.

Lugareños a orillas del Tana. Península de Zege.

La última isla que visitamos fue la que alberga el monasterio de Dabra Maryam. Sabemos de la existencia de un monasterio en este mismo lugar desde el siglo XIV, pero, por desgracia, fue destruido durante el Zemene Mesafint (siglo XIX), por lo que la actual iglesia no tiene prácticamente valor artístico alguno. Sin embargo, merecer la pena acercarse porque la isla es un lugar muy popular entre los lugareños al ser la más cercana a Bahir Dar, y en ella se puede comer pescado fresco.

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Un muchacho a bordo de su tankwa.

Los wayto, pueblo que tradicionalmente se dedica a la pesca en el lago, suelen ser vistos cerca de la isla en sus tankwa, la embarcación tradicional hecha de tallos de papiro. Precisamente aquí conocimos a Abraham, un adolescente que hablaba un inglés impecable, y a su hermana pequeña Azeda, una preciosidad de dos años que nos miraba semiescondida con mucha curiosidad. Abraham nos dijo que su hermana era la primera vez que veía a un farenji, y que por eso nos observaba con tanta atención. También nos contó que él cruza todos los días el lago en su tankwa para ir a la escuela. Una vez que llega a Bahir Dar, todavía le toca andar 45 minutos hasta su colegio. Aunque sea un tópico muy manido, ante este tipo de situaciones lo primero que uno piensa es en lo afortunados que somos los europeos.

Los ojos de la pequeña Azeda no nos perdían de vista…

En la isla de Dabra Maryam terminamos nuestra visita a Bahir Dar y su zona circundante. Hay muchas cosas más que nos hubiese gustado ver, pero en cualquier caso el tiempo apremia y hay que hacer las maletas para continuar nuestro viaje a Gondar, la antigua capital imperial.

Las fuentes del Nilo Azul

Pedro Páez

Pedro Páez.

Aunque algunos turoperadores sin escrúpulos vendan la salida del Abbay del lago Tana como las fuentes del Nilo Azul, en realidad se encuentran al sur del lago Tana, en la cabecera del Gilgel Abbay (Pequeño Abbay), el principal río de los 60 que nutren al gran lago. Nosotros no las visitamos en esta ocasión por falta de tiempo, pero quedan pendientes para el próximo viaje.

Pero dejemos que sea Pedro Páez, jesuita madrileño y primer europeo en visitarlas en 1618, quien nos describa el lugar:

Está la fuente al poniente de aquel reino, en la cabeza de un pequeño valle que se forma en un campo grande. Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verla, no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro Magno y el famoso Julio César.

El agua es clara  y muy leve, según mi parecer, que bebí de ella; pero no corre por encima de la tierra, aunque llega al borde de ella. Hice meter una lanza en uno de los ojos, que están al pie de una pequeña riba donde comienza a aparecer esta fuente, y entró once palmos, y parece que topaba abajo con las raíces de los árboles que hay en el borde de la riba. Páez, P., Historia de Etiopía. Libro I, pp. 319-320. Edición en español publicada en 2014 por Ediciones del Viento (A Coruña).

Fin de la tercera edición del curso de Etiópico Clásico del CEPOAT

Esta semana, coincidente con el comienzo del año nuevo etíope 2009, ha concluido la tercera edición del curso de Etiópico Clásico (Ge’ez), organizado por el Centro de Estudios del Próximo Oriente y la Antigüedad Tardía (CEPOAT) de la Universidad de Murcia.

Desde Reino de Aksum queremos agradecer a los alumnos su participación en el curso, ya afianzado entre los ofertados por el centro, y que experimenta un crecimiento en el número de matrículas año tras año.

Próximamente os informaremos de los nuevos cursos que tenemos programados para el año escolar 2016-2017.

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