Finalmente ha sido publicado el libro Pedro Páez y las Fuentes del Nilo Azul. Diplomáticos, misioneros y aventureros en la Etiopía de los siglos XVI y XVII, el cual es el resultado de las tres sesiones del seminario homónimo que celebré en 2019 en la Fundación Universitaria Española (Madrid).
La historia de las relaciones hispano-etíopes es, por desgracia, un hecho poco conocido que apenas ha atraído la atención de la academia española. En este libro pretendo tejer un tapiz que sirva de visión de conjunto de esas relaciones, las cuales comenzaron en 1428 en Valencia, cuando el rey Alfonso V recibió la visita de una embajada del reino del mítico Preste Juan. No en vano, desde que Aksum perdiera el acceso a los puertos del Mar Rojo, el país había emprendido un largo viaje de varios siglos de aislamiento con respecto del resto de la Cristiandad, lo que había hecho que se ignorase su ubicación en Europa Occidental.
Alfonso V intentó, sin éxito, enviar varias embajadas al distante país africano. Sus iniciativas pasaron al olvido, siendo en adelante Portugal quien llevase la voz cantante en la búsqueda de Etiopía. Precisamente, la aparición de los lusos en el puerto de Massawa en 1541 será providencial, ya que los 400 hombres dirigidos por el bizarro pero valiente Christovão da Gama -hijo de Vasco de Gama- contribuyeron de manera decisiva a la derrota de Ahmad Grañ en los campos de Wayna Dega en 1543.
Tras esto, unos 120 lusos decidieron quedarse en el país, formando familias con mujeres locales. A sus descendientes se les conoció en adelante como los burtukan, y será por ellos que, ya en 1555, se planee desde Roma el envío de una misión católica al país, liderada por los jesuitas.
La primera misión jesuita en Etiopía tuvo como figura clave al patriarca Andrés de Oviedo quien, si bien logró establecer una primera misión en Fremona, en el Tigray, fracasó en su intento de acercarse a la corte para tratar de convertir al rey Galawdewos. Los misioneros católicos se centraron en la tarea de atender a la casta mestiza de los burtukan, pero las enfermedades y la imposibilidad de que entrasen nuevos sacerdotes en el país por el bloqueo turco pronto llevaron a esta primera misión a la extinción.
El rey de España y Portugal ordenó que la misión se reactive desde Goa, en la India. El envío de Antonio de Monserrat, veterano jesuita catalán que ya había estado en la corte del Gran Mogol, y Pedro Páez acabó en un estrepitoso fracaso. Tras ser capturados en las costas del sur de Arabia, fueron de los primeros europeos en probar el café, atravesaron el duro desierto de Hadramaut y cruzaron las ruinas de Marib.
En 1603, Páez volverá a intentar entrar en el país, en este caso con más éxito. Allí se ganará el aprecio de los diferentes contendientes por el trono etíope, quienes deseaban contar con la alianza de la poderosa Monarquía Hispánica. El primer rey interesado en Páez y el catolicismo fue Zadengel, pero su rápida preferencia por la fe de Roma provocó su caída. Susenyos, quien en 1606 se erigió en monarca indiscutido, quedó prendado de Páez desde la primera entrevista, convirtiéndose desde entonces en un consejero muy apreciado. Esta estima se convirtió en amistad sincera, lo que, además, implicó importantes ventajas para el proyecto misionero católico. Sin embargo, pronto la corte se dividió en un bando pro-Roma y en otro ortodoxo, rebelándose este en 1617, si bien fue derrotado en la batalla de Sädda.
A partir de entonces el partido católico pudo actuar más libremente. En 1618 Páez visitó las fuentes del Nilo Azul, hecho que registró en su monumental Historia de Etiopía, libro que terminaría dictando a su mano derecha, António Fernandes, en 1622, antes de que unas fiebres -probablemente malaria- finalmente provocasen su muerte en mayo de ese mismo año. Antes de morir, pudo presenciar la declaración del catolicismo como fe nacional por Susenyos el 1 de noviembre de 1621.
Fernandes continuó la obra de Páez y enriqueció la labor cultural de la misión. En 1625 llegó al país un nuevo patriarca, Afonso Mendes, bajo cuya égida se puso a toda la iglesia local, incluyendo a clérigos ortodoxos, bajo el dogma romano. Sin embargo, su ambicioso programa de suplantación de la iglesia local -arraigada en el país desde el siglo IV- por un sistema importado de Europa totalmente ajeno a lo etíope implicó una serie de revueltas que sumieron al país en el caos. Susenyos, viejo y cansado, decretó la libertad religiosa en junio de 1632, muriendo al poco tiempo.
Su sucesor, Fasiladas, no se conformará con que la ortodoxia pudiera ser practicada libremente: así, ordena la confiscación de los bienes jesuitas, la prohibición del catolicismo y la expulsión de los ignacianos y de muchos de sus seguidores etíopes, la cual se ejecuta en 1634. Aquellos que se quedaron en el país de incógnito fueron descubiertos y ejecutados, dando pie a una verdadera persecución religiosa.
La huella de los jesuitas, y por ende de todas las ideas que importaron de la península Ibérica y de la India, no pudo ser borrada. Las tradiciones arquitectónicas y pictóricas que crearon siguieron desarrollándose en el período posterior, el gondarino, pues Fasiladas, consciente del enorme poder ideológico de las aportaciones jesuita, siguió desarrollándolas.
Datos del libro
Título: Pedro Páez y las fuentes del Nilo Azul. Diplomáticos, misioneros y aventureros en la Etiopía de los siglos XVI y XVII.
Autor: Mario Lozano Alonso.
Edita: Fundación Universitaria Española.
ISBN: 978-84-7392-943-1
Puede solicitarse en cualquier librería o adquirirse online.
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